Ajedrez

El ajedrez de la filosofía

Cuando Paul Morphy regresó en 1859 a los Estados Unidos tras haber derrotado a los mejores maestros europeos, se le dedicó un homenaje: en el mismo declaró que el ajedrez era el juego de los filósofos. Francisco J. Fernández se ha tomado en serio aquella declaración. En efecto, en El ajedrez de la filosofía (Madrid, Plaza y Valdés, 2010) se intenta justificar las palabras de Morphy. No se trata de tomar el ajedrez como metáfora, como símil más o menos apropiado, sino de pensarlo. Pensar su complejidad y su fascinación.

Los grandes maestros piensan el ajedrez jugándolo y en ese cometido no hay quien pueda igualarlos. Los filósofos han de pensar el ajedrez pensándolo, yendo más allá de las jugadas y las aperturas, así como de los procedimientos técnicos en general. Fernández ha recurrido para ello a argumentos tomados de diferentes disciplinas: la lingüística, la psicología, la lógica, las matemáticas,... Se defiende, por tanto, una tesis trasnochada en estos tiempos: la unidad del saber, una unidad a la que nos conduce la consideración global del ajedrez. Habiendo trabajado en el pasado sobre la obra de Leibniz, no es extraño que mantenga esta tesis preilustrada. Descartes, asimismo, le acompañaría en esa defensa.

Escrito en gran estilo, el libro es también una especie de diario: un libro sobre el fenómeno del aprendizaje, sobre sus dificultades. Las ideas no se presentan perfectamente armadas, sino que vamos comprobando cómo se arman. El efecto de identificación que este procedimiento suscita en el lector es notable, y quizá el logro más significativo del texto. Por otro lado, hay una suerte de complejidad temporal en el avance lineal del libro. Conviven diferentes tiempos de escritura, lo que le proporciona cierta originalidad, no demasiado habitual en los ensayos al uso.

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