Al piano

La Trama como imagen y símbolo del poder

Juanma del Olmo. Secretario de Comunicación de Podemos

 
¿Trama, qué trama? Lo pueden negar cien o cien mil veces, pero ya no tienen credibilidad. No pueden tapar por más tiempo la fuga en el canal. Por eso intentan negarlo, porque saben que destapar la verdad es el primer paso para solucionar y arreglar cualquier situación. Pero el Tramabús continuará circulando, a su pesar, para mostrar la verdad de esa realidad que pretenden ocultar a la ciudadanía.

Resulta esperpéntico ver cómo determinados sectores y sujetos se revuelven aceleradamente, a derecha e izquierda, contra el Tramabús. Es esperpéntico en su sentido más literario —y quizás literal— ver cómo se califica de "antidemocrática" la denuncia de la corrupción y cómo se agolpan las ruedas de prensa defendiendo cada familia a sus padrinos, mientras la Guardia Civil detiene al expresidente de la Comunidad de Madrid. Parecería que el Tramabús hubiera ofendido directamente su delicado sentido de la ética más que los incontables casos de corrupción que les salpican directa o indirectamente.

El espectáculo es altamente obsceno en determinados casos, y roza lo humillante en ciertas ocasiones, al ver a determinados individuos intentar, torpemente, convertir la denuncia de La Trama corrupta que arrasa nuestro país en un argumento para acusar al denunciante. Cualquiera podría pensar que esta simple reacción de pánico es ya, en sí misma, una forma de autoinculpación involuntaria. Y es que son conscientes de que si se señalan los culpables del expolio, antes o después, se exigirán responsabilidades. Porque cuando un pueblo comienza a sentirse engañado, el poder empieza a sentirse amenazado.

Quizás el sentirse obligados a atacar a Podemos por poner en circulación un autobús que, simplemente, guía a los ciudadanos y las ciudadanas por los escenarios del saqueo tenga algo que ver con la inquietud que les genera que se visualicen determinados espacios del poder. Las élites se ven expuestas a la mirada de la plebe y eso es algo que siempre han detestado. El secreto siempre ha sido su gran aliado. Por eso les incomoda que se les identifique, que se localicen sus cuarteles generales y se expongan sus nombres propios. Normal, ya sabemos que situados los personajes y visualizado el decorado, el relato resulta aún más inquietante. En el recorrido del autobús, La Trama se va haciendo real, se percibe con más claridad la turbia atmósfera que envuelve a los protagonistas y se concretan las situaciones.

El pensamiento reclama símbolos para poder realizar conexiones racionales y el Tramabús construye una imagen simbólica de esa realidad oculta. Nos permite tener una referencia visual de La Trama. Y por eso es tan eficaz, porque ahora podemos pensar con imágenes lo que siempre ha sido una abstracción teórica. Por eso el Tramabús resulta un medio tan efectivo de denuncia del saqueo. El Tramabús no es un experimento sociológico ni una hipótesis política, es pura praxis; estamos construyendo la imagen política que define un nuevo discurso. Lo que siempre fue negado empieza a ser una evidencia palpable: La Trama se puede tocar, se hace física y, por tanto, vulnerable. Estamos cambiando el marco narrativo, ahora trabajamos con figuras políticas cinematográficas, donde las secuencias van desarrollando el relato de una realidad insoportablemente injusta y cuya trama se parece más al cine negro que al storytelling que se empeñan en desplegar los grandes conglomerados mediáticos.

Y en eso reside el éxito del Tramabús: en poner en circulación la imagen de la corrupción sistémica como una realidad física. Sospechamos que lo que más ofende a determinados sujetos no es que se hable de esa esperpéntica relación entre el poder económico, sus representantes políticos y los dispositivos mediáticos a su servicio, sino que se haga de forma que el esperpento quede expuesto a la luz pública.

En el fondo es lógica la reacción de determinados personajes. ¿Suponen que si el Tramabús viaja a su ciudad aparecerá su cara? Quizás sea eso, el simple miedo, lo que les mueve a defensas tan apasionadas de supuestos y aparentes competidores, rivales y adversarios. Quizás el Tramabús actúe sobre ellos como esos espejos esperpénticos descritos por Valle-Inclán, ofreciéndoles un reflejo más o menos deformado de su propia figura.

Es cierto que se trata de una estrategia de comunicación arriesgada. Pero no vinimos a la política a ser conservadores y jugar con sus reglas: vinimos a cambiar las reglas. Denunciar La Trama es poner sobre el tablero político que la corrupción es un sistema de gobierno en nuestro país. La Trama se siente vulnerable, el Tramabús sigue en la carretera. Viajen con nosotros...

 

Más Noticias