Diario de un altermundista

Derecho a salir de la miseria

Las noticias nos ofrecen con frecuencia una imagen apocalíptica de la inmigración. Da la impresión de que avalanchas de subsaharianos invaden las fronteras españolas en el Norte de África. Para evitarlo llenan las vallas de la frontera de cuchillas para sin éxito intentar disuadir a jóvenes africanos que buscan el momento de licenciarse en la larga carrera de la salida de la miseria y la violencia de sus países de origen.

Pero nadie explica que el grupo de chavales que se encarama a las vallas de Ceuta y Melilla no alcanzan ni el 2% de las personas que pueden entrar cada año en territorio español. Tampoco nos dicen que de los entre 150.000 y 200.000 inmigrantes que entran de media en España cada año (165.000 en 2012, según el Observatorio Permanente de la Inmigración), menos de un 4%, lo hicieron de forma irregular en Ceuta y Melilla, o a través de las costas de la península, Baleares y Canarias (6466 según datos de La Moncloa para 2012). Tampoco nos dicen que según los últimos datos disponibles del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, son más los inmigrantes residentes en España originarios de Reino Unido que de toda el África Subsahariana. Tampoco nadie explica que entre los principales 15 países de origen de la inmigración del Estado, no hay ni tan siquiera un país subsahariano, o que la mitad de la inmigración total está protagonizada por ciudadanos comunitarios europeos.

En España la inmensa mayoría de la inmigración, el 96%, accede por carretera, tren, autobús o avión, como es lógico y necesario. Porque una sociedad como la nuestra necesita inmigrantes por muchas razones. Una, para compensar la baja tasa de natalidad que hace inviable el actual sistema de pensiones, de hecho, si queremos cobrar una jubilación digna necesitamos varios millones de inmigrantes los próximos años. Además, la inmigración es un negocio redondo para cualquier sociedad, recibimos personas cuya formación y educación no nos ha costado un euro y además con un carácter netamente emprendedor, que dará pie con toda certeza a la creación de infinidad de proyectos empresariales. Además, siguiendo con este no exhaustivo análisis de ventajas económicas de la inmigración para la sociedad de acogida, las personas migrantes son en su gran mayoría jóvenes, sanos y en edad de trabajar, con lo que no incrementan el gasto en educación o sanidad, sino que ayudan a su sostenimiento, ya que con su trabajo y consumo mantienen un sistema de bienestar al que, si por desgracia están en situación irregular, no tienen acceso. A tal lista de razones por las que nos conviene recibir inmigrantes hay que sumar los evidentes beneficios que se producen desde un punto de vista cultural. La diversidad de lenguas, costumbres, gastronomía, música y un largo etcétera que se da gracias a la inmigración en la sociedad de acogida sirve además para que vivamos en un país mejor relacionado internacionalmente, con mayores lazos con otros Estados, con los que se pueden crear relaciones de amistad y cooperación.

No se nos explica que lo que está ocurriendo en Ceuta y Melilla, es tan solo el reflejo de un mundo desigual e injusto, en el que somos más ricos porque nos llevamos la riqueza de los países de origen de estos pobres jóvenes. Lo que pasa en Ceuta y Melilla no muestra más que una mala gestión de la inmigración, la insensibilidad de las autoridades y una no sé si premeditada promoción del racismo y la xenofobia en una sociedad presa del miedo tras seis años de profunda crisis, una sociedad que busca culpables a su desesperada situación, sin saber que los culpables son los de siempre.

No, no pongamos el grito en el cielo porque unos pobres chavales se lancen a la desesperada a saltar una valla cuando lo único que buscan es una legítima salida de la pobreza, cuando lo único que pretenden es poner un pie en una parte del mundo en la que podrán tener la opción de duplicar su esperanza de vida. Pongámonos de su parte, porque tan solo son personas que buscan una vida mejor, que tienen derecho a salir de la miseria, como cualquiera de nosotros.

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