Detrás de la función

¿Bienvenido, Mr. Cameron?

A finales de los años setenta del siglo pasado, pocos podían imaginarse el enorme giro que iban a experimentar las políticas públicas en el Reino Unido. Roto el pacto entre los laboristas y los sindicatos, con una inflación descontrolada, la líder del Partido Conservador Margaret Thatcher aprovechó una oportunidad que acabaría siendo histórica.

El geógrafo y antropólogo David Harvey expone en "Breve historia del neoliberalismo" (2009) los ejes centrales de la política de Thatcher: por un lado, un poco velado ataque a la clase obrera, derrotando a los sindicatos y generando, a través de una notable subida en los tipos de interés, una enorme bolsa de desempleo que arrinconaría las reivindicaciones laborales; por otro, un rapidísimo proceso de venta de las "joyas de la corona" públicas, una sucesión de privatizaciones que, según detalla Harvey, solo podría triunfar si se producía en muy poco tiempo: "una vez efectuados los cambios, estos no tenían vuelta atrás".

Aunque apenas pudo erosionar el Sistema Nacional de Salud, el éxito del thatcherismo residió en gran parte en su contagio a las posteriores generaciones de políticos –Tony Blair, Gordon Brown-, que profundizaron en lo que había pasado a ser un consolidado paradigma político y económico en Occidente. La llegada de David Cameron al Gobierno no iba a significar, ni mucho menos, un cambio de tornas. Tras la formación del nuevo Ejecutivo, los británicos se vieron en medio del pasado verano al comienzo del proyecto "Big society" liberal-conservador. El semanario The Economist le rendía un homenaje en agosto: "Radical Britain: the most daring government in the West" (12/09/2010). 

Como Thatcher, Cameron marcha a buen ritmo con su agenda de reformas: tomando la excusa de reducir un déficit que, al contrario del de los estados mediterráneos, no suscita ataques especulativos desde los mercados financieros, la coalición está llevando a cabo un programa de recortes sociales que, más allá de reconfigurar el Estado, va camino de crear un ‘hombre nuevo’ que encaje en un entorno social de recursos asistenciales mucho más limitados y redefinidos.

Paralelamente a las medidas ya llevadas a cabo –menos ayudas a las familias, amenazas contra el subsidio de desempleo, aumento cuantioso de las tasas universitarias, etc.- destaca el discurso oficial, que describe al ciudadano ‘maduro’ como aquel que apenas depende de transferencias estatales y que se relaciona de un modo diferente con los servicios públicos. Con la descentralización administrativa, la gestión de más actividades por parte de los entes locales (en los ochenta, los grandes enemigos de Thatcher), y la sustitución de trabajadores del sector público por voluntarios, entre otras iniciativas, la "Big Society" parece un tratado sociológico destinado a definir las nuevas reglas de funcionamiento de un Estado moderno, impregnadas de un "sentido común" que en etapas de crisis y shocks pasa a convertirse en casi una necesidad.

En un principio estas medidas no se entienden con los parámetros de 1979: el peligro en Occidente no es la inflación, sino la deflación, al tiempo que la crisis del empleo ha ahogado cualquier tipo de oposición laboral o laborista. Estas políticas austeras podrían representar una nueva transferencia de rentas desde el trabajo al capital, mientras que no queda claro si servirían para evitar otra crisis financiera como la experimentada. ¿Qué harán los mercados y las instituciones financieras con todo ese dinero ahorrado a costa de los "dependientes" británicos? ¿Es de esperar un crecimiento económico "robusto" como preconizan los promotores de este programa?

En cualquier caso, el éxito en la aplicación de estas reformas, con una oposición desaparecida, y la prontitud con que estas se están tomando prometen su posible exportación a otros países. Podríamos pasar de los recortes brutales griegos y españoles a nuevos planes de austeridad que, para colmo, fueran recibidos con la aquiescencia propia de los conversos a una nueva ideología. ¿Quién moverá en España la próxima ficha? Los titubeos de Rajoy no son casuales: Cameron también ha querido mimar con cuidado, por ahora, a los pensionistas. ¿Nos jugamos en 2012 algo más que un cambio de siglas en el Gobierno? ¿Qué nos prometerá el Partido Socialista en su lugar? Los nubarrones vienen negros.

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