Detrás de la función

¿Despierta, por fin, Europa?

Todo está preparado para una segunda ronda de "ajustes" y "reformas" de carácter doloroso para la población de muchos países europeos, principalmente los septentrionales. Al igual que en la primavera pasada y no por casualidad, esta nueva fase de la crisis se inicia tras varios episodios de lo que podríamos calificar como ejercicios de ‘violencia difusa’ por parte de poderes que trascienden las instituciones democráticamente elegidas –nada nuevo-. Cabría resaltar no solo la conocida actividad destructora de los especuladores, sino también el seguidismo por parte de inversores internacionales de todo tipo y, fundamental, la permisividad de los organismos europeos e internacionales, culpables por dejación del espectáculo bursátil vivido y de la alarma desatada.

De nuevo, estos recortes se presentan como inaplazables en el tiempo y necesarios para "recuperar la confianza". El grado de convencimiento de los gobiernos a la hora de aplicarlos va desde el ‘es-duro-pero-necesario’ de los Sócrates, Papandreu y Zapatero hasta el ‘al-final-lo-vais-a-agradecer’, que es lo que en definitiva sugiere el macro plan de David Cameron en el Reino Unido. Irlanda simplemente ya no cuenta con gobierno.

La novedad quizá resida en el modo en que parte del público –consumidores, espectadores, ciudadanos- ha aceptado estas últimas noticias. Las televisiones, sedientas de materia prima, nos han mostrado a estudiantes londinenses protestando violentamente contra el notable encarecimiento de las tasas universitarias; una degradación que ha levantado parecidas quejas en la hasta ahora festiva Italia de Berlusconi; por su parte, el mayor ‘capital social’ francés ha permitido fuertes marchas contra la reducción de las pensiones galas; Portugal ha celebrado ya su huelga general, etc.

¿Quiere lo anterior decir algo? ¿Podemos deducir tendencias a partir de los ‘spots’ de veinte segundos que sobre esto nos ofrecen los telediarios? Aunque habrá que observar la evolución de los acontecimientos, se pueden detectar algunas características en estos primeros movimientos protestatarios:

- Las concentraciones y marchas siguen respondiendo a un guión antiguo, el del Estado-nación: un gobernante injusto empeora las condiciones de los ciudadanos, que protestan por ello. El diagnóstico" señala fundamentalmente a los Ejecutivos y solo subsidiariamente a los "mercados" e instituciones comunitarias. Contra estos últimos actores no se proponen acciones concretas.

- Estas manifestaciones se nos presentan como movimientos espontáneos y exaltados, sin organización y con ciertas tendencias violentas. En la mayoría de los casos son jóvenes, a los que se les puede culpar por parte de la oficialidad de estar protagonizando la continuación de la juerga por otros medios.

- Destaca la ausencia de un partido revolucionario o reformista que capitalice el éxito (por ahora, infrecuente) de estas citas y ofrezca un programa de alternativas creíbles y aplicables. ¿Qué propuso la socialista Martin Aubry tras las huelgas francesas? ¿Se identifica Ed Miliband con lo que está sucediendo en Londres? ¿Están los laboristas irlandeses con los protestatarios en Dublín? Por ahora, ninguna respuesta nítida.

- La falta de programa, así como el desprestigio en el que van cayendo las instituciones tradicionales del antiguo Estado del Bienestar –partidos progresistas, sindicatos- invitan a una radicalización creciente de las protestas, con acciones que paradójicamente refuerzan los sistemas represivos de sociedades occidentales bien entrenadas para responder con contundencia. El manifestante exaltado heredará con facilidad la condición de "terrorista".

- Inexistencia de canales de comunicación para articular estas redes y movimientos sociales de ámbito nacional dentro de Europa. Si Indymedia jugó un papel claro en las protestas de Seattle en 1999, llama la atención que los avances tecnológicos de ultimísima generación no hayan permitido constituir una plataforma digital para interactuar con quienes están sufriendo el mismo castigo económico en el continente. Lo que refleja quiénes son los financiadores de este tipo de bienes y servicios tan avanzados.  

- Los pobres marcos de diagnóstico llevan a ausentes marcos de pronóstico y acción: qué queremos cambiar y cómo pretendemos conseguirlo; qué medios hay que poner en marcha para conseguir los objetivos. ¿Dónde está el nexo entre estos incipientes movimientos con la política y los sindicatos para que estas alternativas se hagan públicas y por tanto reales?

No basta con ver manifestantes en la calle para afirmar que Europa comienza a despertar. Estas protestas no pueden quedar como un fin en sí mismas, como un desahogo o unos tumultos descontados ya por los Ejecutivos a la hora de anunciar y aplicar las medidas. Queda pendiente una toma de conciencia colectiva, un programa de mínimos a aplicar y, sobre todo, una comunicación creciente entre ciudadanos, movimientos sociales, sindicatos y partidos en la oposición para plantear una alternativa unificada. Nadie sabe qué va a ocurrir con esta crisis que no quiere marcharse; no faltarán ocasiones para el cambio, pero convendría saber qué queremos hacer con nuestras energías.

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