Detrás de la función

¿Conformismo 2.0?

El papel que supuestamente han jugado las denominadas "redes sociales" en las revueltas árabes ha servido para que realcemos una vez más su potencial a la hora de influir en acontecimientos que, como en Túnez o en Egipto, pueden ser decisivos para la vida de la gente.

No obstante, conviene no llegar al fetichismo tecnológico. Facebook y Twitter son solo herramientas. Además, no son precisamente neutras: resultan de un esfuerzo técnico condicionado por los valores, actitudes e ideas de sus inventores y financiadores. No olvidemos que el espectacular avance de las "autopistas de la información" ha ido de la mano con la globalización de esos capitales financieros que tanto nos preocupan en la actualidad, y que han terminado por recortar drásticamente nuestras futuras pensiones, entre otras cosas.

Por todo esto, los "revolucionarios de pijama" estamos de alguna manera obligados a reflexionar sobre si el hecho de suscribirnos a quinientas "causas" en Facebook y "compartir" todas las primicias de Wikileaks no nos quita el suficiente tiempo para leer los mejores reportajes, análisis y libros, pudiendo recordar su contenido varios días después. De no ser así, si nuestra aportación a la transformación social consiste únicamente en hacer el mismo "click" con el que podemos comprar cualquier producto de la red, corremos el riesgo de que nuestra creatividad y buenas intenciones queden absorbidas por una infraestructura digital que, en el fondo, solo persigue el beneficio propio. Una especie de enajenación o "alienación 2.0", por seguir con los mismos términos.

Como afirma el editor Amador Fernández Savater, que no haya costes de entrada para determinados servicios no significa que estos sean totalmente gratuitos. Junto con las cien mil firmas que conseguimos en apoyo al juez Garzón, absorbemos cientos de mensajes comerciales y proporcionamos una información impagable a los decisivos departamentos de marketing que estiran nuestra demanda para que el mundo siga girando. ¿Perseguimos de verdad cambiar las cosas, o más bien presentamos nuestros gustos e inclinaciones a ese mercado en el que lo que no se compra se está vendiendo? ¿Son las redes sociales un lugar político, o una pasarela más de la posmodernidad más narcisista?

No podemos negar el avance que supone el uso de estas redes. Pero solo representan una variable más, inserta en un entorno en el que la distribución de recursos y poder es, como sabemos, fuertemente asimétrica. Una, o mil conexiones ADSL no van a solucionar este problema. Lo que hace que, por ahora, una revolución patrocinada por Facebook no pueda resultar demasiado peligrosa.

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