Detrás de la función

El problema no es el dopaje, es el deporte

El positivo de Alberto Contador representa una nueva "amenaza" al ciclismo. Aun reconociendo que muchos titulares de la prensa deportiva francesa puedan ser interesados -desde 1985, ningún galo gana el Tour-, la polémica suscitada refleja que el deporte de las dos ruedas puede hoy difícilmente desligarse del morbo inherente al dopaje y a sus efectos en los corredores.

Sobre lo sucedido con el campeón español no merece la pena extenderse más aquí. Conviene, en cambio, preguntarnos si, teniendo en cuenta las condiciones bajo las que se practica esta disciplina, podríamos haber llegado a alguna situación diferente a la actual. Al analizar este problema, nos encontramos con dos tendencias que viajan en dirección contraria una de la otra y que explican la crisis en la que el ciclismo se encuentra inmerso.

La financiación de este deporte depende de la visibilidad de las marcas que patrocinan a los equipos y a los corredores. No es casualidad, por ello, que el diseño de las etapas esté al servicio de su retransmisión televisiva: en una jornada de montaña, los picos de las cumbres tienden a coincidir con los de audiencia, por lo que al final es difícil saber cuál de los dos factores –el material o el publicitario- es el que acaba mandando.

Generalmente, la práctica deportiva ‘real’ queda supeditada a su reflejo a través de los medios de comunicación, que transmiten a los espectadores-consumidores de los productos que se anuncian un relato espectacularizado de lo que está sucediendo en la carrera –con distintos encuadres, planos, comentarios, montajes, etc.-. Teniendo esto bien presente, se produce la segunda fase de la sustitución perfecta de la realidad: los corredores se saben figurantes y protagonistas de una producción audiovisual y ponen los factores reales –orografía, kilometraje, limitaciones físicas, etc.- al servicio del fin televisivo. La carrera pasa a ser una mera representación deportiva a la que se incorpora un nuevo juez: la todopoderosa televisión, que también participa en la elección del vencedor.

Alcanzar el nivel de ‘superhombre’ que los aparatos televisivos y los espectadores exigimos no es precisamente sencillo; de ahí surge la generalización e intensificación del dopaje que, por otro lado, siempre ha existido en esta y en todas las disciplinas deportivas. De este modo, la distancia entre lo real y lo televisado termina saldándose con sustancias "prohibidas": al final son reacciones químicas las que transforman al ser humano en ‘el otro’ demandado por los consumidores sedientos de un relato espectacular.

La crisis de este deporte se produce cuando esta tendencia se encuentra frontalmente con la exigencia de satisfacer las necesidades del negocio sin consumir ninguna de estas sustancias. Como este choque acabaría con el ciclismo tal y como está concebido, el dopaje pasa a ser una técnica precisa que consiste en estimular el cuerpo lo suficiente para satisfacer las demandas, pero sin que esto quede registrado en los análisis. De ahí que se puedan alternar períodos de aparente calma con la irrupción de nuevos "escándalos".

El debate sobre el 'doping' es, bajo las condiciones actuales, una discusión hipócrita. Está bien claro que algo no marcha bien. Las recientes demandas de ‘pureza’ ciclista exigen de medidas radicales e inmediatas: la supresión definitiva de las etapas de más de 170 kilómetros, una sentida disminución del número de puertos de montaña y, con todo ello, la construcción social de un nuevo modo de ver este deporte. Además, convendría no centrar toda la persecución sobre los ciclistas: ¿qué pasaría si la misma vigilancia se produjera con los jugadores de la Liga española de fútbol?

* Un apunte más: la clase social de los 'amateurs' que pasan a profesionales no es precisamente alta; pocos de ellos tienen estudios. Por tanto, resulta mucho más fácil que un convincente médico o masajista los engañe para consumir determinados productos y aumentar su rendimiento. Ya han muerto muchos ex ciclistas por las consecuencias de estas sustancias. Determinados espectáculos de ficción acaban matando de verdad.

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