Al sur a la izquierda

Mateo, 7: 1-5

 

Una de las razones principales de la falta de credibilidad de los partidos es lo poquísimo que se cortan al aplicarse a sí mismos y a los otros baremos morales diametralmente distintos y aun opuestos. La constatación evangélica de Mateo sobre la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio tiene una actualidad que para sí quisieran los periódicos de ayer. También en ese oportunismo hay, cómo no, gradaciones, pero estas no son lo bastante abultadas en unos casos con respecto a los otros como para que la gente que no milita en ningún partido no acabe metiéndolos a todos en el mismo saco antievangélico. Hasta Izquierda Unida, que suele ser la más severa consigo misma, pasó no pocos apuros políticos y argumentales para justificar la presencia del imputado en el caso Mercasevilla Antonio Rodrigo Torrijos en su candidatura de Sevilla, y no porque Torrijos mereciera ser excluido de esa lista, sino porque la coalición había exhibido demasiadas veces una rígida vara de medir que cambió apresuradamente por otra mucho más flexible cuando se vio en la necesidad de medirse a sí misma.

 

En general, es cierto, suele tener razón la izquierda al lamentarse por ser tratada como la derecha, siendo como es mucho más estricta que esta en la expulsión de sus ovejas negras: pero basta que una sola oveja pecadora no sea apartada del rebaño para que esa relajación enturbie todo el historial ético de los pastores.

 

El PP comulga con la ley de reducir el Estado, adelgazar su gasto y suprimir duplicidades, pero tal ley se convierte en excepción cuando se habla de suprimir las diputaciones, donde acumula mucho mando político, en detrimento de los socialistas, que han ondeado esa bandera coincidiendo con la pérdida de corporaciones provinciales. El PSOE comulga con la ley de un hombre, un cargo, pero la convierte en excepción cuando hay que aplicarla a sus alcaldes que son senadores. IU ya se aplica a sí misma esa norma, pero hace una excepción en el caso del alcalde Sánchez Gordillo, porque, de no ha-
cerla, ello le acarrearía perjuicios.

 

El grado de incumplimiento de los principios en cada caso reviste muy distinta gravedad, claro está, pero hace difícil que los ciudadanos no perciban un claro ventajismo, percepción que, por supuesto, aumenta o disminuye en función también de las preferencias políticas del propio perceptor, que a su vez tampoco suele aplicarse a sí mismo ni a los suyos el rigor que reclama para los otros. El Evangelio no parece tener futuro ni siquiera entre quienes con más saña y severidadlo esgrimen contra su prójimo.

 

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