Al sur a la izquierda

Ya está bien de plaquitas, ¿vale?

Otra vez la pusieron y otra vez la quitaron. Técnicamente, lo que pusieron y quitaron fue una humilde placa que recordaba a los 4.000 republicanos fusilados por la derecha durante la Guerra Civil en la tapia del cementerio de Granada. Moralmente, lo que pusieron y quitaron no fue una placa, sino una verdad. Políticamente, lo que pusieron y quitaron fue otra ocasión más de restaurar la memoria de unos hechos que el bando nacional no acepta de buen grado. La guerra la ganó quien la ganó y además la ganó donde la tenía que ganar, y no hay más que hablar, lo que pasa es que algunos no lo quieren entender y todavía pretenden ganar con plaquitas y mariconadas lo que no supieron ganar donde había que ganarlo, porque para eso había que tener lo que había que tener, ¿vale?

La placa la pusieron miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada. Y la quitaron operarios del Ayuntamiento de Granada. La pusieron los de siempre y la quitaron los de siempre. La pusieron los de izquierdas y la quitaron los de derechas. La pusieron los vencidos y la quitaron los vencedores, porque Granada es de esos sitios donde todavía quedan vencidos y, sobre todo, vencedores. El motivo de ponerla, el de siempre, el de toda la vida, el mismo que movió a la joven Antígona a desafiar al poder: el deseo y el derecho a enterrar y recordar con dignidad a los muertos que fueron enterrados y olvidados sin ella. El motivo de quitarla, el de siempre: que no les gusta la maldita placa, ¿está claro? ¿En qué idioma van a tener que decirlo para que se les entienda? ¿En ruso, joder?

Para la derecha granadina es una ofensa cualquier recordatorio de aquellos crímenes. No quiere la reconciliación porque quererla significaría admitir que, en nombre del Dios del Nuevo Testamento, hizo cosas que ni siquiera habría aprobado el Dios del Antiguo Testamento. Cada año que la gente de la Memoria pone la placa, la gente del Olvido se apresura a quitarla. El motivo fue esta vez que "la placa instalada no se atiene al modelo establecido por la Dirección General de Memoria Democrática según su decreto 264/2011, de 2 de agosto, y a la orden del 27 de febrero del 2012". ¿Estamos o no estamos? ¿Se entiende o no se entiende? Las ordenanzas están para cumplirlas, ¿no?

En todo caso, la derecha granadina no está sola. Hay lugares de Andalucía donde, tras ser retirada de la iglesia del pueblo, en cumplimiento de la Ley de Memoria, la lápida que recordaba a los muertos nacionales fue imposible consensuar una única lápida en el cementerio que recordara a los muertos de ambos bandos, de manera que ahora en vez de la placa de toda la vida (y de toda la muerte) lo que tienen son dos placas, una de cada. Por supuesto, en esos lugares, al igual que en Granada, también fue la derecha quien no quiso saber nada de reconciliaciones. El que quiera reconciliarse que vaya a misa y se confiese y ya está reconciliado, sin placas ni ruidos ni mandangas.

Otra vez habrá que recordarlo: se equivocan quienes creen que todo esto de las placas y la memoria es cosa del pasado. Al contrario, lo ocurrido en Granada deja bien claro hasta qué punto es cosa del presente y, sobre todo, cosa del futuro. Aquello de Faulkner sigue siendo tan cierto como siempre: el pasado no sólo no ha muerto, es que ni siquiera ha pasado. La dificultad casi congénita para que incluso hoy día, con la que está cayendo, la izquierda, la derecha y los nacionalistas de la periferia alcancen grandes consensos que a todos interesan tiene que ver con todo esto, tiene que ver con un pasado terrible poblado de decenas de miles de difuntos que siguen reclamando sus derechos porque no han sido debidamente enterrados, ni debidamente recordados, ni debidamente dignificados.

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