Al sur a la izquierda

Un mundo sin sindicatos

Las huelgas sí que sirven. Lo saben los basureros de Jerez, que frenaron semanas atrás los despidos que planeaba la empresa concesionaria del servicio. Lo saben los empleados de la red de paradores, que acaban de cerrar un acuerdo que rebaja a 350 los 644 despidos propuestos por la dirección y frena el cierre de los establecimientos menos rentables. Y lo saben también los trabajadores de la factoría de Roca en Alcalá de Guadaíra, que protagonizan un encierro en la catedral de Sevilla y están decididos a dar cuanta guerra les sea posible para impedir el cierre de la fábrica anunciado por la empresa. Los obreros de Roca tal vez no ganen, pero si finalmente pierden al menos tendrán la íntima certeza de haber caído con honor en el campo de batalla.

Hacer huelgas sirve para algo. No sirve para todo, pero sí para algo. El gran Agustín García Calvo escribió que cuando, ante las grandes desgracias, los humanos solemos decir que "no somos nada", lo que en realidad queremos decir es  que "no somos todo". Los basureros de Jerez se dejaron buena parte de su sueldo en el acuerdo con la empresa, los empleados de los paradores tendrán que irse al paro algunos meses al año y los operarios de Roca aún no saben qué sucederá. Lo que todos ellos tienen en común es que han demostrado que no es cierto que no sean nada. Lo que tienen en común es haber demostrado que, en contra de los planteamientos patronales de entrada, sí había campo de batalla en el que combatir. Todos ellos lo iban a perder todo y al final solo han perdido algo. En algunos casos han perdido mucho, sí, pero mucho no es lo mismo que todo.

Lo que tienen en común todos ellos es esto: sindicatos. Sindicatos fuertes. No todopoderosos, pero sí fuertes. No tan fuertes como antaño, pero todavía fuertes. Una de las muchas desgracias de nuestro tiempo es que el descrédito de los sindicatos, siendo una bandera genuina de la derecha, es compartido por muchos, por demasiados trabajadores, entre ellos, por cierto, bastantes, demasiados periodistas.

Es cierto que los sindicatos han cometido excesos, particularmente en determinadas empresas públicas en las que, aun hoy y con la que está cayendo, los comités se niegan contumaces a renegociar a la baja convenios plagados de privilegios en comparación con los vigentes en el sector privado. Pero no son esos excesos los que persigue la derecha. La derecha persigue a los sindicatos mismos: no quiere un mundo con unos sindicatos mejores, quiere un mundo sin sindicatos. Pero demasiados trabajadores siguen sin entenderlo. Puede que acaben entendiéndolo, sí, pero entonces seguramente será demasiado tarde porque para entonces seguramente estarán ya en la calle. También conocida, a estos efectos, como la puta calle.

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