Al sur a la izquierda

El silencio del profesor

Uno de los expertos que ha sido llamado por el Congreso de los Diputados para recabar su opinión sobre la futura ley de transparencia prometida por el Gobierno es el profesor de la Universidad de Sevilla Emilio Guichot, un hombre joven pero de sólida trayectoria académica en la materia. El lunes pasado, día 11, fue entrevistado en Canal Sur Televisión y explicó con precisión y autoridad aspectos relacionados con la ética política, los instrumentos institucionales de transparencia en otros países y la importancia de que haya por parte de la sociedad civil una actitud vigilante que reproche con severidad cualquier comportamiento poco ejemplar de sus dirigentes. Las explicaciones de Guichot en la televisión andaluza fueron muy esclarecedoras, como sin duda lo habrán sido también en el Congreso de los Diputados.

Pero la parte de la entrevista de Canal Sur de donde cabe extraer la moraleja no fue el momento de las muy solventes explicaciones, sino el momento en que el profesor rehuyó, y hasta por dos veces, la pregunta de la periodista Mabel Mata sobre  si debería dimitir la ministra Ana Mato por haber recibido regalos de los cabecillas de la trama Gürtel de corrupción. Una dimisión, por cierto, que hasta un 70% de los votantes del Partidos Popular vería con buenos ojos. En sus explicaciones previas el profesor Guichot dijo cosas muy acertadas, entre ellas que una ley de transparencia solo es eficaz si está acompañada de una ética pública alentada y sostenida por la propia sociedad civil, por los medios de comunicación, organizaciones sociales, entidades ciudadanas... De hecho, el entrevistado ilustró nuestras deficiencias en esta materia recordando, muy oportunamente, que en Gran Bretaña había dimitido un ministro por haber adjudicado a su mujer una multa de tráfico por una infracción cometida por él mismo o que en Alemania se habían visto obligados a dimitir otros dos ministros por copiar parte sus tesis doctorales.

Ante la pregunta sobre la conveniencia de que la política Mato dimitiera el profesor Guichot contestó como lo habría hecho un político. Con rodeos retóricos impropios de quien encarna a esa sociedad civil que debe mostrarse vigilante en materia de ética pública, Guichot se escapó por la tangente y argumentó muy débilmente que, en realidad, su opinión sobre el tema no podía tener más relevancia ni interés que la que pudiera tener la del resto de los 45 millones de españoles.

Este artículo, en todo caso, no pretende señalar con el dedo acusador a un experto de merecido y bien ganado prestigio. Más bien lo que pretende es extraer una instantánea de nuestra relación con la corrupción como sociedad. El hecho de que se mostrara tan extremadamente cauto sobre el caso Mato un profesor que en realidad no tiene nada o no tiene mucho que perder por decir lo que todo el mundo piensa, ese hecho es la prueba más flagrante de nuestras dificultades como sociedad para combatir enérgicamente estas conductas. Digamos que el silencio del profesor era un síntoma amargamente revelador no solo de lo que nos pasa en materia de corrupción, sino sobre todo de por qué nos sigue pasando, de por qué no hemos conseguido acabar con ella.

No logro imaginar a un profesor canadiense, alemán o británico escurriendo el bulto al ser preguntado sobre si una conducta como la de Ana Mato debería saldarse políticamente con su irrevocable dimisión. Si, al ser preguntado en un programa de televisión, ese profesor nórdico no pidiera la dimisión del ministro de marras, la propia sociedad le reprocharía con gran severidad no haberlo hecho. Aquí, a lo que parece, los reproches al profesor le vendrían por hacerlo.

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