Al sur a la izquierda

Un discurso normal

Hagamos el siguiente ejercicio mental tras el debate del estado de la nación. Supongamos que hubiéramos escuchado el discurso y las propuestas del presidente del Gobierno fuera de contexto, sin conocer nada del actual estado de crisis política, económica e institucional. ¿De ese discurso de Rajoy habríamos deducido que el país al cual se dirigía el presidente estaba atravesando el momento que está atravesando? No. ¿Por qué? Sencillamente porque el suyo fue un discurso normal con propuestas normales con las cuales el Gobierno pretende hacer frente a un estado de cosas anormal definido por tasas de empleo o de corrupción desoladoramente anormales.

El de ayer era el gran examen de Rajoy, su primer gran examen ante gran el tribunal de la nación. De la nota que obtuviera Rajoy en ese examen dependía no solo la confianza nacional en la solvencia del presidente, sino la esperanza personal de mucha gente. Y la nota fue una nota mediocre en general.

Y ello sin entrar en el detalle de que Mariano Rajoy dejó en blanco algunas de las preguntas formuladas por la oposición. Como las relativas a la corrupción, por ejemplo. Zapatero no decía la palabra crisis y Rajoy no dice la palabra Bárcenas. El ex tesorero vendría a ser como el Voldemort del PP, ya saben, ese personaje de la serie de Harry Potter al cual se refieren los demás personajes como El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado.

El presidente propone un nuevo catálogo de penitencias para purgar los pecados de corrupción, pero al mismo tiempo que se niega a reconocer explícitamente no ya sus propios pecados en general, sino ese gran pecado mortal llamado Luis Bárcenas, que además ha sido precisamente el desencadenante de la promesa del presidente de perseguir con toda severidad todos los pecados de corrupción... que se cometan en el futuro.

Además de la corrupción, el otro gran tema del examen de Rajoy era la situación económica. El país sufre la doble sangría del desempleo y la caída brutal de la demanda, pero las bienintencionadas medidas gubernamentales son simples tiritas para frenar esa doble sangría. Y es que en el botiquín del Gobierno solo hay tiritas. Los enfermeros, los quirófanos, los anestesistas, el instrumental, los cirujanos: todo eso con lo que se puede detener la sangría está en otra parte, en Berlín o Bruselas, no en Madrid. Hagámonos al respecto esta sencilla pregunta: ¿a quién preferiríamos los españoles oír anunciar que habrá medidas de estímulo al crecimiento y de lucha contra el paro, a Mariano Rajoy o a Ángela Merkel? ¿Al gobernador Draghi o al gobernador Linde? Como la respuesta a esa pregunta no sería la normal, el discurso de ayer del presidente tampoco no podía ser el normal. Pero por desgracia lo fue.

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