Al sur a la izquierda

Una pregunta que devora todas las respuestas

El debate soberanista en Cataluña y sobre Cataluña ha venido para quedarse. El bloque hegemónico en la política y la intelectualidad catalanas ha ganado esa principalísima batalla consistente en que todo el mundo se haga las preguntas que uno quiere que se haga, hasta el punto de que el hecho mismo de aceptar unas determinadas preguntas hace irrelevante el modo en que uno las responda. Al menos durante un tiempo. Y en este caso estamos aún en ese tiempo.

En esa paradoja, aunque no solo en ella, consiste el drama de los socialistas catalanes: en que, una vez que han aceptado la pertinencia de la pregunta sobre el derecho a decidir, la respuesta que están dando a ella no consigue hacerse oír. En la política catalana y española solo se oye la pregunta; la pregunta y la respuesta que trae incorporada de fábrica dicha pregunta. La diferencia central del PSOE con el PSC es esa: que los socialistas españoles no aceptan que sea pertinente la pregunta sobre el derecho a decidir.

Socialistas catalanes y socialistas españoles están aquí en un callejón sin salida. La dirección del PSC no puede volver atrás porque entiende que eso sería su suicidio. A la dirección del PSOE le pasa lo mismo, pero con matices: mientras que la posición de la dirección federal del PSOE es inequívocamente la posición de la inmensa mayoría de sus militantes, simpatizantes y votantes, la posición de la dirección del PSC es la misma solo de una parte los militantes y votantes del partido. La pregunta es de cuánta parte. De hecho, es muy probable que la dirección del PSC prefiera no hacer esa pregunta a sus militantes y mucho menos a sus votantes. Y aun así, si a estas alturas el PSC diera marcha atrás en su aceptación del referéndum de autodeterminación ello tendría para el partido un coste elevadísimo: si no el suicidio, como creen muchos de sus dirigentes, sí una mutilación que dejaría al partido durante muchos años incapacitado para la alta competición.

Y todavía es menor el margen del PSOE para modificar su posición. El rechazo de Rubalcaba y los suyos a la pregunta de matriz soberanista que se ha adueñado del debate catalán no tiene que ver con tácticas ni con estrategias, ni tiene que ver con una interpretación más o menos flexible o más o menos fundamentalista de la Constitución: tiene que ver con el hecho de que al sur del Ebro la gente es absolutamente contraria a que un determinado territorio pueda ser preguntado si quiere separarse del resto de España. No es que el PSOE esté interpretando la Constitución como un texto sagrado e inamovible: es que si aceptara la posición del PSC en este asunto estaría irremisiblemente perdido.

Y bien, entonces ¿qué hacer? Tal vez no se sepa muy bien qué hacer, pero al menos sí se sabe qué no hacer. Lo que no hay que hacer es calentarse ni calentar a la parroquia, que es lo que están haciendo algunos veteranos dirigentes del PSOE. Lo que no hay que hacer en ningún caso es lo que a tanta gente le pide el cuerpo, que es dejarse llevar por la cólera y darle una patada a la mesa camilla en torno a la cual todavía se sientan los dirigentes del PSOE y el PSC. La salvación de ambos, o al menos la conservación de todos los miembros de su cuerpo en otro tiempo serrano, reside en esa mesa compartida cuyas faldas guardan todo el calor del desconcertado electorado socialista catalán. Para volcar esa mesa y rasgar esas cálidas faldas siempre hay tiempo.

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