Al sur a la izquierda

La soledad de Ortega Cano

José Ortega Cano es famoso pero estar solo. El torero comparece desde hoy ante los tribunales de Sevilla para rendir cuentas por la muerte del vecino de Castilblanco de los Arroyos Carlos Parra, a cuyo coche embistió cuando circulaba a una velocidad como mínimo inapropiada y con una tasa de alcohol en sangre como mínimo temeraria. En la soledad social de Ortega Cano se nota que los toros en España van a menos. En los años veinte o incluso en los cincuenta y más tarde ya se habrían formado dos fervorosos bandos, uno a favor y otro en contra del torero para quien el fiscal pide cuatro años de cárcel y para quien su abogado intenta conseguir la absolución agarrándose al clavo ardiendo de que se rompió la cadena de custodia de las muestras de sangre alcoholizada obtenidas del cuerpo del torero. A quienes siguieran atención el juicio periodístico de los atentados del 11-M les resultará familiar esa vil mandanga de la cadena de custodia.

Aparte de su abogado, hoy nadie sale abiertamente en defensa de Ortega Cano. ¿Es porque hemos avanzado? ¿Porque somos más cívicos, más morales, más conscientes de que matar a alguien cuando se conduce borracho solo puede saldarse con la cárcel? No. O no del todo, al menos. Si no hay defensores de la inocencia de Ortega Cano no es porque España haya avanzado, sino porque los toros han retrocedido. No es que nos guste más la justicia, es que nos gustan menos los toros.

Si Ortega Cano fuera Lionel Messi o Cristiano Ronaldo y el Barcelona y el Madrid estuvieran citados para disputar la próxima final de la Champions, es seguro que, si hubiera algún mínimo clavo ardiendo al que agarrarse, el procesado tendría el apoyo ciego y la comprensión incondicional de una grandísima parte de la hinchada de su equipo, que no dudaría en colgar de ese clavo cualquier cosa, desde una conspiración urdida en La Masia o en Chamartín hasta la sospechosa circunstancia de que el enfermero que le extrajo la sangre al ídolo borracho era socio del club enemigo. Basta observar la dulzura con que la prensa deportiva y no deportiva vienen tratando a las estrellas futbolísticas cuando se descubre que circulaban como centellas por las avenidas nocturnas de su ciudad.

Y lo que vale para el fútbol vale, cómo no, para la política. ¡Ay, que si vale para la política! Muchos recordamos con vergüenza cómo valió para el caso GAL. Y todos vimos cómo ayer valió de nuevo para los atentados de Atocha. Dos sentencias, una de la Audiencia Nacional y otra del Supremo, y los abrumadores indicios de que el Gobierno mintió en aquellos días nunca serán suficientes para quienes jamás dejarán de agarrarse a cualquier remoto, inverosímil o retorcido clavo ardiendo para exculpar a los suyos. No se lamente, pues, el torero Ortega Cano de estar solo: ¡haber sido futbolista!, ¡haber sido político!

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