Al sur a la izquierda

Día Internacional de la Clase Media

Todo empezó cuando alguien nos hizo creer que no éramos trabajadores, sino otra cosa. En realidad tampoco hizo falta que nos insistieran mucho. Afuera había demasiadas cosas que comprar y teníamos derecho a ellas. Hablo de los periodistas, de los maestros, de los sanitarios, de los oficinistas, del hoy menguado pero en otro tiempo inmenso ejército del sector servicios. Trabajadores eran los de las fábricas, los del mono azul, los pringados, los fracasados, los que compraban en el Carrefour o en el Lidl porque no podían comprar en el Hipercor solo porque era un poco más caro, trabajadores eran los que nunca podrían ser otra cosa. Y ni siquiera. También ellos, también los pocos de ellos que quedaban trabajando en las fábricas que aún no habían sido deslocalizadas  acabaron creyendo que ya no eran trabajadores, sino una cosa en apariencia mucho más fina llamada clase media baja. De pronto no había trabajadores. Ni había clases populares. Solo clases medias. Medias altas, medias-medias y medias bajas, pero siempre medias.

De hecho, la propia palabra trabajadores desapareció hace mucho tiempo del vocabulario de organizaciones como el Partido Socialista, cuyos dirigentes, además o tal vez por eso, hace mucho tiempo que dejaron de vivir en los mismos barrios  que sus votantes o de comprar en los mismos sitios que aquellos a quienes decían representar.

¿Qué diferencia hay entre un trabajador y un miembro de la clase media? En que el primero es un trabajador y lo sabe y el segundo también lo es pero no lo sabe. En que el primero siempre estará dispuesto a hacer una huelga y hasta una huelga salvaje si hace falta, mientras que el segundo piensa que las huelgas no son cosa suya. Un trabajador, por ejemplo, siente como propio el Día Internacional del Trabajo, hace lo que puede por acudir a las manifestaciones y respeta a los sindicatos, quiere que lo hagan mejor de lo que lo hacen, pero los respeta. En el peor de los casos, un trabajador piensa de los sindicatos algo parecido a lo que pensaba el niño protagonista de la película Camino de Perdición: "Tal vez no era el mejor hombre del mundo, pero era mi padre". Un trabajador medianamente fiel a sí mismo piensa que estos sindicatos de ahora tal vez no sean los mejores del mundo, pero son sus sindicatos.

Un ciudadano de la clase media, sin embargo, mira por encima del hombro el 1 de Mayo y se pasa el día maldiciendo de los sindicatos, hasta el punto de llegar a pensar que la clase media a la que él cree pertenecer viviría mucho mejor sin esos parásitos que lo único que hacen es vivir de los impuestos que él paga. La clase media se ha sumado durante años con tanta fruición al descrédito ciego y feroz de los sindicatos promovido por la derecha que ahora, cuando empieza a sospechar que nunca fue lo que le habían hecho creer que era, no tiene a quién acudir para que la comprenda, la defienda y la ayude a conservar el trabajo, los derechos, la dignidad y el futuro.

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