Al sur a la izquierda

Los políticos esconden a sus pobres

Los pobres no tienen piedad con las estadísticas. Eres, digamos, presidente del Gobierno o ministro de Hacienda, tienes unas cifras macroeconómicas niqueladas, tu deuda, tu déficit, tu prima de riesgo, tu envolvente financiera, todos tus parámetros evolucionando como deben evolucionar los parámetros dignos de tal nombre, es decir, proclamando unánimemente que lo peor ya ha pasado y que estamos en la senda de la recuperación, y de pronto llegan los malditos pobres y se cuelan en las estadísticas, más que nada por fastidiar.

He aquí los datos, conocidos ayer: entre 2008 y 2011 la pobreza aumentó un 8%; donde más subió fue en Canarias (21%), Valencia (18%), Andalucía (16%), Aragón (13%) y Cataluña (7%). Es un alivio que los pobres no hayan respetado el color político de las autonomías y hayan aumentado lo mismo en la Valencia derechista que en la Andalucía izquierdista, así nos ahorramos la parte más cerril del debate político consistente en atribuir a la ideología local culpas que radican en la ideología global.

Coincidiendo con esa estadística sobre los pobres, de cuya inoportunidad política ha debido darse cuenta incluso el mismísimo Carlos Floriano, asistimos al debate sobre el reparto territorial de la reducción del déficit público del año que viene. Dado que ya no gobierna Zapatero sino Rajoy, hay presidentes autonómicos de derechas que están de acuerdo con el criterio gubernamental de un déficit autonómico a la carta. No están de acuerdo, por otra parte, con el baremo que se ha de aplicar a cada una para fijar el tope de déficit. El nivel de endeudamiento, dice éste; el grado de cumplimiento del déficit de 2012, defiende aquél; la necesidades de la nación, proclama el de más allá; discriminación positiva para los alumnos  más aventajados en ajustar sus cuentas, sostiene el otro; lo que sea salvo favorecer a Cataluña aunque lo necesite más que nadie, propugnan los más ceporros.

Nadie exige ni defiende, sin embargo, que le apliquen el que sería el criterio más humano y más sereno: el criterio de la pobreza misma. Ningún presidente autonómico tiene el coraje de decirle al Gobierno: "Déjeme usted respirar con el puñetero déficit porque en mi territorio hay más pobres que en ningún sitio y si recorto mi gasto social el año que viene habrá todavía más pobres, y no menos, como es mi debe que haya".

Nadie, claro está, quiere hacer tal cosa. Demasiado arriesgado. Demasiado indecoroso eso de exhibir tu pobreza para pedir ayuda. Eso está bien para los propios pobres, pero no para sus representantes políticos, no vaya a ser que la gente los tome a ellos mismos por pobres. Un político puede defender a los pobres, pero nunca ser pobre él mismo. Ni mucho menos comportarse como tal. ¿Por qué? Por muchas razones, entre las cuales no figura precisamente en último lugar la de que en tal caso los propios pobres nunca lo votarían.

Pero en eso España no es diferente. En realidad se trata de la misma razón por la que ningún país europeo quiere alinearse con quien considera más pobre que él, aunque esa alianza pueda beneficiarlos a todos: Francia no quiere ser Italia, Italia no quiere ser España, España no quiere ser Portugal, Portugal no quiere ser Grecia, Grecia no quiere ser Grecia. Todavía no se han dado cuenta, los muy estúpidos, o todavía no se atreven a admitir, los muy cobardes,  que todos son lo mismo.

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