A ojo

Esperpento

Eran nada menos que 18 los candidatos a la Presidencia de Haití en las elecciones del domingo pasado, de las que no sé, cuando esto escribo, si han sido o no anuladas y van a repetirse, o si alguien las ganó. Dieciocho que, para adueñarse del poder en el país más pobre del planeta, habían gastado cada uno muchos millones de dólares. ¿Cómo esperan recuperarlos? ¿Cuánto esperan ganar? Uno de ellos es el yerno del actual presidente. Otra, la viuda de un fugaz presidente accidental. Otro, antiguo primer ministro de un dictador militar. Otro, cantante de rap. Varios, casi al unísono, proclamaron su victoria respectiva, mientras todos los demás, al unísono, denunciaban el fraude electoral. Hubo motines, manifestaciones de apoyo y de protesta, barricadas de neumáticos incendiados en las narices de las tropas de la ONU venidas del mundo entero para mantener el orden y a la vez acusadas por la población local de haber traído desde el Nepal remoto una epidemia de cólera que ha causado miles de víctimas. Todo eso sobre el telón de fondo de un país arrasado por un tremendo terremoto. Hay fotos: la prensa estaba ahí.

Y desde antes del terremoto, desde decenios y siglos antes, era ya Haití un país devastado por el paso en son de guerra, de destrucción y de saqueo de las grandes potencias y de sus propios gobernantes locales. La España de los Austrias y la de los Borbones, la Francia del Rey Sol, la de la Revolución y la del Imperio, la Inglaterra de Drake y la de Pitt, los Estados Unidos de los marines desde Wilson hasta el segundo Roosevelt, la vecina República Dominicana del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, las Naciones Unidas de los cascos azules. Conquistadores genocidas, gobernadores esclavistas, libertadores republicanos, emperadores de opereta (incluyendo al Napoleón de los franceses), reyes de ámbito parroquial, presidentes efímeros, dictadores militares, tiranuelos hereditarios, brujos del vudú, curas católicos, funcionarios del Fondo Monetario Internacional, turistas sexuales, blancos, negros, mulatos (de los indios aborígenes no quedó ningún rastro, y no hay fotos: la prensa no estaba ahí): todos los poderes que han pasado por esa mitad de isla que fue una joya verde en el Caribe se han dedicado a aniquilarla. Y aniquilada está.
Es tentador pensar que el problema es de Haití: un esperpento. Pero Haití es un espejo del mundo. Uno de esos espejos cóncavos, deformantes, que le inspiraron a Valle-Inclán sus esperpentos en el Callejón del Gato del centro de Madrid.

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