A ojo

Televisión

Dentro de cuatro de días se celebran elecciones generales en Gran Bretaña, y dentro de un mes elecciones presidenciales en Colombia. Poco tienen qué ver entre sí las unas y las otras, salvo por un detalle: se juegan ambas en un debate televisado entre los candidatos. Tres en el caso británico y seis en el colombiano (más otros tres a los que, por su insignificante desempeño en los sondeos de opinión, dejaron por puertas), que, si no hay un ganador absoluto en la primera vuelta electoral, se reducirán a dos para el debate en televisión de la segunda. Será un combate singular entre dos campeones, como se hacía a veces en la Edad Media para resolver la suerte de las armas en el campo de batalla.
¿Es un buen método?

Probablemente no. Pero no hay buenos métodos para escoger gobernantes. Ni la herencia dinástica del cargo, como en las monarquías tradicionales; ni el echarlo a suertes, como se hacía en las antiguas ciudades griegas; ni el concurso de fuerza que consistía en cargar a las espaldas un gran tronco de árbol, usado por las tribus araucanas antes de la conquista de América. Ni tampoco el método, muy usado siempre en todas partes y perfeccionado por los romanos, del asesinato seguido de golpe militar. Este método actual del pugilato televisivo tampoco garantiza buenos resultados. Se inauguró en los Estados Unidos con el que mantuvieron Richard Nixon y John Kennedy, que ganó Kennedy por las malas razones: las estéticas. (Unos años más tarde, asesinado Kennedy, ganaría Nixon, también con graves consecuencias para el mundo). Y desde entonces ha sido copiado casi en todas partes: desde Corea del Sur (en la del Norte se aferran al viejo método dinástico) hasta la propia Gran Bretaña, donde esta vez es la primera que se ensaya. Pasando por Colombia.
¿Los resultados? Ya lo dije: más bien erráticos. A veces Kennedy y a veces Nixon. A veces tú, a veces yo, como en una canción de Julio Iglesias. Y siempre sin razón.
Los debates televisivos no son un buen sistema para elegir gobernantes, pero son un estupendo espectáculo de circo. Los de los británicos, por ejemplo, acaban de descabalar las proyecciones electorales al devolverles a los liberales el protagonismo que habían perdido hace un siglo. Los de los colombianos han puesto contra las cuerdas al candidato oficial a la sucesión del presidente Alvaro Uribe, cuya victoria hasta hace 15 días se daba por sentada. No está mal, si tenemos en cuenta que la televisión suele ser, en todas partes, aburridísima.

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