Apuntes peripatéticos

El Senado plurilingüe

Me parece una buena noticia que en el Senado –al fin y al cabo cámara de representación territorial–,
se haya procedido a la relativa normalización del uso de los idiomas cooficiales del Estado, respetando así el espíritu de la Constitución. El nuevo sistema tendrá la consecuencia, en primer lugar, de que el aparato auditivo de sus señorías, y del público que siga los debates de las mociones en radio o televisión, se vaya poco a poco acostumbrando a escuchar, yuxtapuestas, las tres modalidades del romance español. Lo cual no puede hacer daño a nadie, al contrario, pues tal frecuentación facilitará, a la larga, no sólo el mejor conocimiento de lo que distingue la casa común, sino el acceso al italiano, al francés y al portugués. Hay quienes se refieren al idioma de Virgilio (o de la Vulgata) como si de un cadáver se tratara. Es inexacto. Está más vivo que nunca, aunque como tal latín no se suela reconocer.

Harina de otro costal es el euskera: aquí ya salimos de la familia indoeuropea y nos encontramos sin asideros, a no ser que sean los neologismos en que abunda, de forma inevitable, dicha lengua. Tenerla en la Cámara Alta, de todos modos, poder seguir las intervenciones en diferido con la ayuda de subtítulos, será una novel manera de ratificar la variedad del país.
Una vez más, y pese a anteriores afirmaciones al respecto, se oponen los del ala dura del PP, siempre obsesionados con la Sagrada Unidad de la Patria (léase ahora "recentralización"). Están confirmando lo que sabíamos: que, en el fondo, nunca les ha gustado para nada el Estado de las autonomías.

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