Apuntes peripatéticos

Catalanofobia taurina

A los paladines de la España profunda, la España de la Sagrada Unidad, les ponen más nerviosos los catalanes que los vascos. No es que los nacionalistas de Euskadi no supongan un grave problema para los guardianes de las esencias patrias, pero en el fondo los consideran, creo, ovejas descarriadas, gentes de innegable raíz ibérica que un día, recobrado el sentido común, volverán al redil. Los catalanes son otra cosa. Su insistencia en preferir al castellano su propia versión del latín puesto al día, su larga cultura y su sentirse de otra manera, constituyen, para dichas mentalidades, una intolerable amenaza.
Recuerdo que bajo el franquismo no era raro oír afirmar, con el consiguiente desdén, que los catalanes "ladraban" un "dialecto". ¡Qué insulto! Aunque esto ya no lo dice ni el facha más empedernido, sigue incordiando que los de allí se aferren con tanta tenacidad a su fet diferencial lingüístico.

Y ahora, para colmo, están enarbolando la amenaza de acabar en su territorio con la Fiesta Nacional, nada menos. Sigo el debate con fascinación porque, para muchos ciudadanos de pro, los toros son una de las máximas señas de identidad de lo español. Sin ellos, dicen, ¿qué sería de la cultura de este país? ¿Y qué habría sido de tantos pintores (con Goya a la cabeza), tantos poetas, tanta zarzuela, y hasta tanto admirador extranjero?
Pero los tiempos cambian. Si los catalanes consideran las corridas impropias de una sociedad europea moderna, están en su derecho. Les deseo mucha suerte. Tierras adentro siempre habrá para la lidia sitio de sobra.

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