Aquí no hay playa

¿Dónde está la humanidad en Europa?

La semana pasada se cumplieron 71 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau a manos de tropas soviéticas. Por ello, se celebraron numerosos homenajes en los que se insistía en la necesidad de no olvidar la Historia para no volver a repetir errores del pasado. Una frase que, si bien es cierta, de poco sirve repetir si no se actúa en consecuencia.

Al mismo tiempo, varios países europeos, algunos de ellos tradicionalmente ejemplo en materia de políticas sociales, aprobaban deshumanizadoras políticas que alimentan los actos de violencia xenófoba que se producen a lo largo del continente. Sin nada que envidiar a la práctica que se realizaba en campos como Auschwitz o Treblinca, el gobierno danés acaba de aprobar -por una preocupante mayoría- confiscar los bienes a los refugiados además de dificultar los procesos de reagrupación familiar. La actual presidencia de la Unión Europea la ostenta Holanda, hecho que no le ha impedido hacer una propuesta que viola las mismas leyes europeas y la Convención de Ginebra. Una propuesta que en nuestro país conocemos demasiado bien: las devoluciones en caliente. Incluso Alemania, que en los últimos meses había sorprendido con su "generosa" política en materia de refugiados, se suma a las confiscaciones y algunos de sus estados están prohibiendo la entrada en piscinas y discotecas a los refugiados. No es de extrañar que el número de ataques a residencias de refugiados haya aumentado  (199 en 2014; 1005 en 2015) cuando se escucha a Frauke Petry, líder del partido AfD, abogando por "disparar a los refugiados si fuera necesario" con el fin de prevenir su entrada.

No parece que la "Europa fortaleza" se tambalee con las decenas de cuerpos que la marea arrastra a las costas griegas, ni viendo la fosa común en la que hemos convertido el Mediterráneo. No sólo no se tambalea sino que ya se oyen voces que exigen a Grecia el cierre de sus fronteras. Europa no aprende y permite que se creen ghettos, se marquen las viviendas de los refugiados o se les señale corporalmente. ¿Es posible que no haya quedado satisfecha con haber empleado, en los últimos cinco años, 1800 millones en blindar sus fronteras y únicamente 700 millones en ayudar a los refugiados?

Afortunadamente, queda algo de humanidad en Europa. Podemos verla en el ejemplo que dieron los jugadores del AEL Lakrissa al realizar una sentada como modo de protesta contra la Unión Europea por la muerte de refugiados. O en las decenas de europeos que, pese a los obstáculos que ponen las autoridades fronterizas, están acudiendo a las costas griegas a ayudar en la recepción de los refugiados. El panorama que relatan es desolador. Tanto como la actitud de quien, en algún momento de la Historia, se erigió como defensora de la paz, la libertad y la fraternidad. Pero no es suficiente.

Ante un problema de tal magnitud, necesitamos una sociedad civil que no abandone la exigencia de respetar los Derechos Humanos y unos gobernantes que estén a la altura.  No vaya a ser que nos demos cuenta, no hoy ni mañana, de que hemos creado, permitido y tolerado otra abominación de la que se avergonzarán nuestros hijos y nietos y se preguntarán cómo no hicimos nada para evitarlo.

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