Aquí no hay playa

Despedirse de Abuela en tiempos de coronavirus

Oficialmente ocurrió ayer. Aunque hacía mucho tiempo que la abuela ya no era Abuela, fue ayer cuando finalmente se fue. Falleció. Nos han dicho que tranquilamente, sin sufrir, con oxígeno puesto y apagándose lentamente. Dudábamos si había sido el bicho que nos ha recluido a todo el mundo en casa, pues hay un caso en la residencia donde vivía, o si no. Parece que no. Pero en realidad ya nos da un poco igual. La cuestión es que Abuela ha muerto. Nunca es buen momento para que ocurran estas cosas, está claro, pero joder, ni os imagináis lo que es, y espero que no lo tengáis que experimentar, en tiempos de coronavirus.

Todo se vuelve más complicado, más doloroso, más frío, más distante, más solitario. El primer obstáculo: no puedo ir corriendo a casa de Madre a darle un abrazo. Un abrazo de los que llenan el alma, de los que calman el llanto después de potenciarlo, de los que te hacen reencontrarte con los buenos y malos momentos que viviste con esa persona. El segundo obstáculo: Hermana no puede venir a España. Está a más de 8.000 kilómetros, trabajando al servicio del bien común, y no va a poder venir a  acompañarnos, a llorar con nosotros, a compartir el dolor y rebuscar entre los álbumes de fotos. El tercer obstáculo: no vamos a poder juntarnos la familia para recordar a Abuela. Lo haremos más adelante, sin duda, pero estos días no podremos darnos la mano, compartir anécdotas y recordar buenos momentos. No podemos rememorar las paellas que, como buena valenciana, nos hacía sobre leña en el patio de su casa; o las interminables partidas al Continental que jugábamos con ella; no hablaremos de las quemaduras que iba dejando en la mesa del salón según perdía la vista, ni de las deliciosas patatas fritas que nos hacía a fuego lento durante toda la mañana.

Tampoco comentaremos, con el cariño que otorga la distancia, las broncas que me metía por llevar el pelo largo. O las discusiones políticas que teníamos y que se acabaron a mis 14 años cuando acordamos no sacar "esos temas" para mantener un clima de paz y armonía. Ni podremos admirar cómo, siendo muy joven, dejó aquí al que más tarde sería mi abuelo y se fue a Inglaterra a buscarse la vida, curró aquí y allá y cómo volvió sabiendo inglés y fumando. Los primos mayores no podemos contarles a los pequeños , todavía, cómo nos llevaba Abuela a las fiestas del pueblo, a las carreras de bicis o al mercadillo los lunes. Tantas, y tantas vivencias que, por el momento, dejamos en el tintero hasta que podamos juntarnos.

La cuarentena nos va a impedir también, hasta no sabemos muy bien cuándo, acudir a la residencia donde Abuela llevaba viviendo poco más de una década para agradecer a Pepa, María y el resto de trabajadoras todos estos años de cuidados y cariño. Otro efecto colateral son las complicaciones relativas a todo el papeleo. No vamos a poder incinerar a Abuela hasta el viernes, sólo vamos a tener cuatro horas para el velatorio y un máximo de diez personas. Son todo restricciones razonables, que entiendo, comparto y que sin embargo hacen mella. A todo esto se suma que tanto Madre como sus dos hermana forman parte de los grupos de riesgo, por patologías pulmonares previas, lo que no va a facilitar el aséptico y reducido momento del sepelio.

Me comen por dentro los abrazos no dados, las mejillas no besadas, las lágrimas no compartidas, las manos no entrelazadas, las canciones de misa no entonadas, las medio sonrisas no esbozadas, las miradas cómplices no lanzadas, los sollozos nonatos, las carcajadas mudas, los momentos no rememorados y las caricias no sentidas. Me corroen, me duelen y entristecen. Porque la muerte de Abuela no por esperada es menos dolorosa y que haya ocurrido en estas circunstancias me genera cierta sensación de arrebato. Me siento hurtado del "derecho" a despedirme como tenía pensado.

Pero bueno. También ha habido múltiples llamadas, mensajes, notas de audio, videollamadas y otras variopintas modalidades en las que familiares y amistades han transmitido su cariño, su apoyo, su comprensión y su ofrecimiento. Gestos que agradezco infinitamente porque también están formando parte de nuestra particular despedida a Abuela. Despedida que terminaremos cuando podamos juntarnos, hacer la misa que habría querido, enterrarla junto a mi abuelo y hacer una comida deliciosa, con mucho ruido, muchas risas, muchos recuerdos y donde reservaremos un sitio para Abuela, que siempre estará un poco con nosotros.

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