Los resultados electorales del pasado domingo en Madrid, tanto a nivel municipal como a nivel autonómico, han supuesto una profunda modificación en la composición de las cámaras y en el equilibrio de fuerzas. Independientemente del grado de satisfacción personal que podamos tener, parece que las urnas envían un mensaje nítido: se acabó la política institucional a la que estábamos acostumbrados en Madrid. Sí, aunque siga siendo el Partido Popular la fuerza más votada.

Nos encontramos ante la irrupción de Ahora Madrid (AM), la tendencia creciente de Podemos, la desaparición de Izquierda Unida (IU) y Unión Progreso y Democracia (UPyD) junto al deterioro del bipartidismo -del 78% en 2011 al  58.54% en 2015 en la Comunidad y del 73.62% en 2011 al 49.84% en 2015-  y la aparición, más tímida de lo que anunciaban las encuestas, de Ciudadanos (Cs). El resultado es una Ayuntamiento y una Asamblea de Madrid con representación de cuatro fuerzas políticas, como hasta ahora, pero con una lógica muy alejada del rodillo de la mayoría absoluta al que nos tenía acostumbrados el Partido Popular. Llega el momento de ver si los representantes recién elegidos nos encontramos a la altura de la demanda ciudadana que nos exige diálogo, encuentro y capacidad de llegar a acuerdos -no sólo en la investidura-.

Tras demasiados años centrando la política en los designios del gobierno, se abre una nueva fase en la que la vida de los parlamentos autonómicos y los plenos municipales cobran relevancia y no se reducirán a meros trámites. Una fase en la que la prepotencia, la soberbia y la unilateralidad dan paso a la deliberación, el debate y la argumentación.

Algunos insisten en tachar de inestable la actual composición de las cámaras y señalar el peligro que entrañan los acuerdos entre dos o tres formaciones políticas. Pareciera que se encontraban más cómodos cuando la vida política estaba marcada por las ocurrencias de la fuerza mayoritaria que ninguneaba e invisibilizaba las propuestas del resto de fuerzas políticas. Sin embargo, en las sociedades democráticas maduras no hay que temer a los encuentros y desencuentros; no podemos sorprendernos por la aprobación de iniciativas y leyes que cuenten con el apoyo de diferentes partidos que en algunas materias lleguen a puntos de acuerdo y en otras cuestiones no lo logren.

De poco o nada sirven los aspavientos de quienes ven cómo se les acaba el chollo y están dispuestos a difamar, retrotraerse al siglo pasado o incluso vincular a las nuevas fuerzas políticas con ETA, Le Pen o ISIS. Siguen sin entender que el tiempo de las instituciones al servicio de sus intereses y cerradas a la ciudadanía se ha terminado.

Quedan aún muchas reflexiones, conversaciones y análisis sobre las elecciones municipales y autonómicas y el impacto que tendrán en los partidos políticos de aquí hasta noviembre. Sin embargo, más allá de esta cuestión, que no debemos rehuir, ya podemos constatar que el cambio ha entrado en las instituciones y en la vida política de nuestro país. Vienen semanas y meses en los que verificar si los compromisos vertidos durante la campaña se quedan en palabras huecas o se acompañan de hechos y actuaciones en consonancia con lo prometido. En eso, también, veremos quién está con el cambio.