Aquí no se fía

Otro varapalo electoral a los recortes

Si Artur Mas pretendía que el debate territorial pusiera sordina a las protestas contra su gestión de la crisis económica, es evidente que el tiro le ha salido por la culata. El presidente en funciones de la Generalitat no corrió el domingo mejor suerte que otros colegas suyos que también pagaron en las urnas su desmedida afición a los recortes. Seguramente seguirá gobernando, como Alberto Núñez Feijóo tras las últimas elecciones en Galicia; pero ambos se han dejado en el camino un buen puñado de votos. El gallego perdió más de 100.000, aunque eso no le impidió ampliar la mayoría absoluta de la que disfrutaba, y Mas ha dilapidado 215.000, no todos ellos atribuibles a su descabellada apuesta soberanista.

 
El gran error del candidato de CiU fue realizar una lectura demasiado interesada de la histórica manifestación del pasado 11 de septiembre, punto de partida de la actual encrucijada política. Entre los miles y miles de catalanes que ese día se echaron a la calle en Barcelona, sin duda había muchos que lo hicieron en demanda de un mayor autogobierno. Pero lo que pesaba en el ánimo de otros era su disconformidad con el injusto reparto de los costes de la crisis impuesto por el Gobierno de Madrid y también por el de Mas. Porque la Generalitat –no lo olvidemos– ha sido durante los dos últimos años el banco de pruebas de algunos de los recortes que en el resto de España ha aplicado posteriormente la derecha.

 
Esos sacrificios, además, no han servido para dan un vuelco a la situación, sino todo lo contrario; igual que ocurre con las políticas de Rajoy en el conjunto del Estado. Durante el primer trimestre de 2012, la economía catalana volvió a entrar en recesión, con una caída del PIB del 1,4%, que entre abril y junio se atenuó pero muy ligeramente. Como consecuencia de ello y de un discutido sistema de financiación autonómica, la caída de los ingresos públicos ha sido brutal y ha obligado a la Generalitat a pedir ayuda al Estado para hacer frente a sus pagos. Un trance, por cierto, que desde algunos ámbitos locales se ha tomado como una auténtica humillación, que el españolismo más rancio ha abonado con indisimulada complacencia.

 
Tras su descalabro electoral del 25-N, Mas está obligado a pactar para dotar a su futuro Gobierno de un respaldo parlamentario suficiente, y no le resultará fácil encontrar compañeros de viaje si pretende continuar con las políticas de recortes. ERC y el PSC son abiertamente contrarios a ellas, y para atraerse al PP sería necesario que Mas despertara de su ensoñación soberanista. Por lo tanto, los resultados del domingo no sólo han puesto en un brete la apuesta del presidente de la Generalitat por la independencia, sino también su fallida estrategia para sacar a Catalunya de la crisis, que debería replantearse muy seriamente a la vista del inequívoco veredicto de las urnas.

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