Aquí no se fía

Arturo Fernández y los liberales de boquilla

Arturo Fernández, presidente de CEIM, acaba de romper una lanza en favor de la Comunidad de Madrid, cuyas políticas no sólo están siendo objeto de una amplia repulsa social, sino que en algún caso incluso han merecido la censura del Gobierno de la nación, que tiene recurrida ante el Tribunal Constitucional la nueva tasa del euro por receta. En un artículo publicado recientemente en el diario ABC, Arturo Fernández criticaba sin ambages las subidas de impuestos llevadas a cabo por Mariano Rajoy durante su primer año de mandato y las contraponía a las "bajadas selectivas" que se han producido mientras tanto en la Comunidad de Madrid, pese a las estrecheces presupuestarias.

 
Que el presidente de CEIM salga en defensa del Gobierno regional no tiene nada de extraordinario, pues buena parte de su carrera como representante empresarial se la debe a Esperanza Aguirre,  sin cuyo apoyo probablemente no hubiera llegado nunca a ese cargo ni a la presidencia de la Cámara de Comercio de Madrid. Sí resulta chocante, en cambio, que Arturo Fernández comparta con entusiasmo la fe neoliberal que profesan Esperanza Aguirre y su sucesor al frente de la Comunidad, Ignacio González, cuando ha amasado buena parte de su fortuna a la sombra de ese Estado que tanto les gusta denigrar.

 
Arturo Fernández es dueño de un auténtico imperio hostelero, con casi cuatro mil empleados, distribuidos en 180 establecimientos, que sirven más de cinco mil comidas diarias. También organiza catering para grandes eventos, gestiona hoteles, centros deportivos y hasta colegios, como el Peñalar, de Torrelodones, y el Peñalvento, de Colmenar Viejo, ambos de ideario católico y acogidos al régimen de conciertos. Pero uno de sus mejores clientes es, sin duda, la Administración: el grupo Arturo lleva la restauración del Congreso de los Diputados, del Senado, del Palacio de la Moncloa, además del Teatro Real, la Asamblea de Madrid y varios ministerios.

 
Se trata, por lo tanto, de uno de esos personajes que disfrutan hablando de los males del Estado, pero ponen la mano para recoger los frutos que caen de él. Como su admirada Esperanza Aguirre, a la que, después de predicar durante años las bondades del sector privado, le faltó tiempo, cuando dimitió, para recuperar su plaza de funcionario.

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