Aquí no se fía

La "mamandurria" de Rato en Telefónica

Con el fichaje de Rodrigo Rato, probablemente César Alierta haya querido corresponder a quien, siendo vicepresidente del Gobierno, le lanzó al estrellato empresarial, pero está por ver que haya hecho un favor a Telefónica. Por amplia que sea su experiencia y abultada su agenda de contactos, hace tiempo que Rato cayó en el descrédito internacional, y en España su imagen de supuesto mago de la economía ha saltado por los aires tras la ruinosa gestión de Bankia. Que, aun así, haya sido agraciado con lo que Esperanza Aguirre definiría sin duda como una auténtica "mamandurria" es algo que el presidente de Telefónica tendrá que explicar algún día a sus accionistas y clientes.

 
Alierta es uno de los profesionales del mundo financiero a los que el Gobierno de Aznar recurrió, casi siempre por puras razones de cercanía personal, para dirigir las grandes empresas públicas en vísperas de su privatización. En el reparto, a Alierta le tocó la antigua Tabacalera, rebautizada en 1999 con el nombre de Altadis y que a la postre sería engullida por el gigante británico Imperial Tobaco. Otros dos hombres alcanzaron puestos de relumbrón empresarial por aquella época: Francisco González, que accedió a la presidencia de Argentaria, desde donde saltaría luego a la del BBVA, y Juan Villalonga, que fue situado al frente de Telefónica.

 

Este último, compañero de Aznar en el Colegio del Pilar, tuvo que salir por piernas en el verano de 2000, tras el sonado escándalo de las stock options, con las que se llenaron los bolsillos un montón de directivos de Telefónica gracias a la fulgurante expansión de la compañía impulsada por Villalonga. Para sucederle, el Gobierno echó mano de Alierta, pese a que no tenía ningún conocimiento sobre el sector de las telecomunicaciones, y ahí sigue casi trece años después, sin que le hayan hecho mella los cambios políticos ocurridos durante ese periodo en España. Exactamente igual, por cierto, que Francisco González, quien aguantó con la obstinación de una lapa los intentos de moverle la silla en la primera legislatura de Zapatero.

 
Uno de los grandes secretos de Alierta para mantenerse en el puesto contra viento y marea es su conocida capacidad para abrir vías de comunicación con el poder, por el socorrido procedimiento de meter en la nómina de Telefónica a personas que se mueven en sus aledaños. Durante la última etapa de Gobierno socialista, el enlace con Moncloa fue Javier de Paz, íntimo amigo de Zapatero y a quien Alierta no dudó en nombrar consejero "independiente" de la operadora. Poco después, y por aquello de poner una vela a Dios y otra al diablo, fichó a Eduardo Zaplana, que le garantizaba la interlocución con buena parte de la cúpula del PP. También quiso agradar a la Zarzuela ofreciendo trabajo a Iñaki Urdangarín, y le faltó tiempo para quitárselo cuando cayó en desgracia.

 
El caso de Rato tiene particularidades, porque media también el agradecimiento personal, y seguramente Alierta haya pretendido matar dos pájaros de un tiro. Pese a su prematura espantada del Fondo Monetario Internacional, que le granjeó fama de inconstante en el mundo financiero, y pese al hundimiento de Bankia, cuyas consecuencias penales se tienen que sustanciar, Rato sigue teniendo un notable predicamento sobre la facción liberal de su partido y sobre el coro mediático que la jalea. Una facción que siempre ha tratado con cierto desdén intelectual a Rajoy, considera una traición ideológica algunas de sus políticas y no ha perdido la esperanza de tomar el relevo el día que el actual líder del PP se vaya.

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