Aquí no se fía

Mejor chipriota que preferentista español

 

 

Después de diez días con toda la zona euro al borde de un ataque de nervios, el apaño al que se ha llegado para evitar la quiebra de Chipre quizás sea un mal menor, pero adolece del mismo defecto de origen que tenía la fórmula inicialmente impuesta desde Bruselas. Una parte sustancial del saneamiento del hipertrofiado sistema financiero de la isla (el peso de la banca equivale a ocho veces su PIB, cuando lo habitual son tres veces y media) van tener que pagarla los ahorradores mediante una quita nada desdeñable de sus depósitos. Para evitar que el escarnio sea total, se librarán de esa medida quienes tienen en sus cuentas hasta 100.000 euros, que es el tope que los Estados miembro de la Unión Europea se han avenido a garantizar, por lo menos de momento. De todas formas, el principio de que los depósitos son sagrados se ha roto, como antes se rompieron otros de igual o mayor importancia; entre ellos, el de que los jubilados no debían pagar los platos rotos de la crisis económica. En España, sin ir más lejos, ya no hay ninguna certeza de que las pensiones vayan a mantener el poder adquisitivo,una vez que Rajoy, presionado por Alemania, dejó en suspenso el año pasado la ley que establecía su revalorización automática.

Aunque todavía quedan muchos detalles por perfilar, parece que la quita sobre los importes superiores a 100.000 euros alcanzará el 40% en el Banco de Chipre, que tradicionalmente ha sido uno de los preferidos por los hombres de negocios rusos para guardar fondos de dudosa procedencia. Esa circunstancia la han utilizado algunos países para justificar la confiscación indiscriminada de los depósitos, sin importarles que como consecuencia de ello acaben pagando justos por pecadores, y de ahí el rechazo que el rescate ha merecido, no sólo en la isla, sino también fuera de ella. Un rechazo lógico, porque si Chipre funciona igual que una gigantesca lavadora de dinero negro, incluso desde antes de su incorporación a la UE, los dirigentes europeos no tienen derecho a llevarse ahora las manos a la cabeza y menos aún a hurgar en los bolsillos de quienes han acopiado sus ahorros de forma intachable, sólo a base de trabajo.

Así y todo, el destino ha sido más benevolente con los chipriotas que con los miles de españoles que a día de hoy siguen atrapados en ese agujero negro en que se han convertido las preferentes, particularmente las emitidas por las entidades financieras nacionalizadas. La inmensa mayoría de ellos fueron invitados por sus bancos a embarcarse en un producto complejo -cuya comercialización indiscriminada nunca debieron autorizar los reguladores- y que tenía la engañosa apariencia de una imposición a plazo fijo con alta remuneración y sin ningún riesgo. Ahora, esas entidades están en proceso de recapitalización y la UE ha exigido, como condición por su ayuda de 40.000 millones de euros, que los preferentistas no se vayan de rositas y apechuguen con parte del coste. Los de Bankia tendrán que asumir, de entrada, unas pérdidas del 38%; los de NCG Banco, del 43%; los del Banco Gallego, del 60%, y los de Catalunya Banc, del 61%. Además, en ningún caso recibirán dinero contante y sonante, sino acciones, por lo que no son descartables quebrantos aún mayores, sobre todo si deciden desprenderse de ellas inmediatamente después del canje, cuando es previsible que se produzca una avalancha de ventas.

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