Aquí no se fía

La desventaja de ser de Syriza y griego

La Troika, o como quiera que ahora se llame, ha sometido a Grecia durante semanas a un chantaje infame. Hasta que su nuevo Gobierno ha hincado la rodilla so pena de verse condenado a una insoportable asfixia financiera. El porqué de que esos señores hayan exhibido modos propios de una mafia no se le escapa a nadie. Querían dar un escarmiento a los griegos por haber depositado su confianza en Syriza y, de paso, advertir a los españoles de lo que puede ocurrir si en las próximas elecciones generales respaldan mayoritariamente a Podemos. A unos y a otros les ha recordado la Troika, casi con estas palabras, que aquí no mandan los votos, sino que manda el dinero.

Alexis Tsipras ha tenido que envainarse por ello algunas de sus más populares promesas electorales y diferir el cumplimiento de otras. Los que confiaban en una distribución más justa de las carga fiscales, en la vuelta al trabajo de los funcionarios despedidos o en la reversión de las privatizaciones ya comenzadas, tendrán que esperar. Y, sobre todo, no tiene visos de que vaya a producirse a corto plazo el esperado plan de rescate ciudadano. O al menos no en los términos anunciados. Porque, como ha dejado claro la Troika, para lo único que está dispuesta a poner fondos ilimitados es para salvar a la banca. Ya sea en Irlanda, en Grecia... o, naturalmente, en España.

Para que la humillación sufrida parezca menos, los gobernantes de Syriza han tenido que hacer auténtico encaje de bolillos ante la facción más férrea de su partido y ante el conjunto pueblo griego. Pero la Troika no les ha dado mucho margen para salvar la cara. En realidad no les ha dado prácticamente ninguno, porque era de eso de lo que se trataba: de que tuvieran que salir con el rabo entre las patas. No bastaba con doblarles el brazo, había que aplastarlos. Su atrevimiento al retar al poder por excelencia exhibiendo la inocente arma de la legitimidad popular no iba a quedar impune. Y, como era previsible en gente de esta calaña, se lo están haciendo pagar.

Es muy probable que, de tener enfrente un oponente más dócil a priori o más fuerte, los señores del dinero se habrían desenvuelto con mayores miramientos. Dócil como España, cuyo Gobierno siempre ha acudido a Bruselas en busca de árnica absolutamente genuflexo. O fuerte como Francia, a la que no han tenido redaños para negarle esta misma semana nuevas facilidades en orden al cumplimiento de los objetivos comunes de déficit. Pero con Tsipras, Varoufakis y compañía no han querido aplicar paños calientes. Para ellos, se pusieran como se pusieran, esta vez sólo había lentejas. Son demasiado díscolos y Grecia es un país demasiado pequeño.

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