Aquí no se fía

Por qué no me ha decepcionado Rato

Entiendo que Esperanza Aguirre se sienta "defraudada" por las recientes revelaciones sobre el comportamiento "poco ejemplar" de Rodrigo Rato con el fisco. Pero yo no comparto su decepción, ya que el supuesto "mejor ministro de Economía de la democracia" siempre me ha parecido un personaje muy sobrevalorado. Las cuasi divinas cualidades que algunos le atribuyen para explicar el "milagro español" de la segunda mitad de los noventa son como mínimo una exageración. En primer lugar, porque Rato recogió los frutos del saneamiento emprendido por Pedro Solbes durante el último Gobierno de Felipe González; una "herencia recibida" de la que nadie parece acordarse. En segundo lugar, porque el contexto internacional fue extraordinariamente propicio al crecimiento durante el mandato de José María Aznar. Y, por último, porque el control de las cuentas públicas que se produjo entonces, como condición previa a entrada en el euro, no hubiera sido posible sin disparar el cartucho único e irrepetible de las privatizaciones.

Tampoco me he creído nunca que el ascenso de Rato en junio de 2004  a un cargo de tanto relumbrón como la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI), que lleva aparejado el tratamiento de jefe de Estado, obedeciese a su afamado "prestigio". Aquel fue en realidad un premio de consolación que le procuró Aznar después de apartarlo de su sucesión en beneficio de Mariano Rajoy; premio al que contribuyó decisivamente George W. Busch en agradecimiento por el apoyo que su amigo español le había prestado para sostener la gran mentira de la invasión de Iraq. De cualquier forma, llegase por el camino que llegase, lo cierto es que Rato no se cubrió de gloria durante los poco más de tres años que estuvo al frente del FMI. Un hombre de su hipotético talento, que además tenía en nómina a quienes pasan por ser los economistas más influyentes del mundo, debía haber sido capaz de predecir la mayor debacle financiera de la historia reciente, si no es que le puso sordina, como algunos informes posteriores sugirieron.

En un episodio nunca suficientemente explicado, Rato dejó de repente el FMI en noviembre de 2007; unos dicen que por poderosas razones personales; otros, que por miedo a la que se nos venía encima, y los más, que por su deseo de estar a mano si Rajoy volvía a perder al año siguiente las elecciones generales contra José Luis Rodríguez Zapatero y el PP decidía buscar un nuevo líder. Hasta entonces, decidió vivir de los favores de viejos amigos, como Emilio Botín (Santander), Isidro Fainé (La Caixa) o Jaime Castellanos (Lazard), que a su vuelta de Wahsington le honraron con cómodas canonjías. Ese buen vivir se acabó en enero de 2010, cuando aceptó el regalo envenenado de Caja Madrid que Rajoy le sirvió en bandeja, seguramente con el íntimo deseo de neutralizar por una larga temporada al único que podía amenazar su aspiración de ser presidente del Gobierno. Nuevamente pesaban en un nombramiento de Rato razones políticas que en el fondo tenían poco que ver con su valía.

Lo que pasó después, por reciente, es de sobra conocido: Caja Madrid se convirtió en Bankia y su salida a Bolsa en julio de 2011 fue un auténtico desastre, impropio de las virtudes mágicas que algunos atribuían a Rato. En apenas dos años, el valor de mercado de la nueva entidad financiera se evaporó casi por completo, llevándose por delante los ahorros de decenas de miles de pequeños ahorradores. Rato tuvo que presentar al Gobierno, ya presidido por Rajoy, un desesperado plan de recapitalización que no le aceptaron y que precipitó su renuncia en mayo de 2012. Para evitar la bancarrota, el Estado intervino Bankia, colocó al frente a un reputado gestor profesional (José Ignacio Goririgolzarri) y le inyectó 24.000 millones de euros con el dinero procedentes de la Unión Europea.

La caída de Rato a los infiernos ha sido imparable y, de momento, culminó ayer con su detención durante unas horas a instancias de la fiscalía. Ahora, los tribunales deberán dilucidar sus responsabilidades por el uso de las tristemente célebres tarjetas black, por la posible manipulación de la situación real de Bankia antes de la salida a Bolsa y por blanqueo de capitales. Un destino con el que no contaban quienes alguna vez lo consideraron el mirlo blanco del PP, cuando sólo es otro político sin escrúpulos, que navega bien con viento de cola, pero que en los momentos difíciles no ha sabido dar la talla.

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