Aquí no se fía

¿De qué se vanagloria Rajoy?

Es irritante el desparpajo con que el PP ha retomado el falaz discurso de la recuperación, que permaneció en segundo plano durante la fase más aguda de la escalada independentista en Cataluña. Mariano Rajoy y los suyos deben de pensar que la defensa de la unidad territorial les ha dado ya todos los réditos electorales que les podía dar, y han vuelto a poner la economía en el centro del debate político. Se resisten a entender que en esta materia no las tienen todas consigo, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos seguimos sin ver los resultados de los duros sacrificios que se nos han exigido.

El presidente, su Gobierno y su partido hacen mucho hincapié en la mejora de los grandes indicadores coyunturales a lo largo de los dos últimos años. Pero ocultan taimadamente que algunos de esos indicadores (y no los más irrelevantes) son peores que los que había cuando la derecha volvió al poder tras derrotar a los socialistas en las urnas. Voy a destacar tres: el Producto Interior Bruto (PIB), que mide la riqueza del país; el empleo, del que depende la economía de las familias, y la deuda pública, reflejo de hasta qué punto un Estado está en manos de sus acreedores nacionales e internacionales.

Si hurgamos en los datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística (INE), resulta que el PIB se encuentra hoy en términos anuales por debajo del existente en diciembre de 2011. Y eso a pesar de los s aumentos registrados desde el año pasado, que han llevado al Gobierno a decir que España es el país que más crece de la Unión Europea. En cuanto al empleo, baste señalar que, según la Seguridad Social, en noviembre había 25.000 cotizantes menos que al término de la legislatura anterior. La deuda pública, en fin, ha crecido más de un 40% desde que se sienta en la Moncloa un hombre que predica sin rubor que no se debe gastar lo que no se tiene.

Es verdad que, después de recortes sin cuento, de subidas de impuestos y de sucesivos hachazos a los derechos de los trabajadores, la renta per cápita ha subido levemente y ha descendido algo el número de personas en paro. Pero eso no se puede alegar a favor de las políticas llevadas a cabo por el Gobierno, sino en su demérito, porque es la consecuencia estadística del retroceso de la población. Una población muy menguada por culpa de la falta de expectativas económicas, que ya ha privado al país de medio millón de habitantes, a los que vamos a echar mucho de menos cuando ni en la hucha quede dinero suficiente para pagar las pensiones.

De nada de eso habla Rajoy. Él, como es natural, prefiere colgarse la medalla de que evitó el rescate, aunque rescate hubo: el de la banca, que estamos costeando entre todos. O jactarse de que hoy España cobra porque le presten dinero, sin acordarse de que bajo su mandato padecimos la más alta prima de riesgo. Sin embargo, a los ciudadanos no se nos ha olvidado la atroz primera mitad de la legislatura, esos dos años siniestros en que su Gobierno nos llevó hasta lo más hondo del pozo, de común acuerdo con Angela Merkel y con los burócratas bien pagados de Bruselas.

Aun suponiendo que ahora nos esté sacando de ahí, era lo menos que podía hacer.

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