Aquí no se fía

Un empleo para salir del paso

No es fácil decir algo sobre el empleo que no se haya dicho ya. En julio de 2015, mientras el Gobierno de Rajoy recibía con redoble de tambores la llegada de la "recuperación", dejé escrito aquí mismo que el empleo que entonces se empezaba a crear era un empleo de mierda. "Un empleo inestable, ocasional y mal pagado, que ayuda a salir del paso a quienes no tienen otra alternativa que el paro, pero que difícilmente les sirve para poner la base del más modesto proyecto vital". Dos años y pico después, por desgracia, los datos oficiales conocidos y la mera observación de la realidad no permiten sostener otra cosa.

Hubo quien alegó entonces –y sin duda habrá quien alegue ahora– que las empresas, todavía muy lastradas por la larga crisis, ofrecen el empleo que pueden. Que cualquier empleo puede ser el primer paso para conseguir algo mejor cuando las circunstancias económicas lo permitan. Y, en definitiva, que es preferible un mal empleo que no tener ninguno. Argumento este último falaz donde los haya, porque el debate no es empleo frente a no empleo, sino empleo estable, indefinido y bien pagado frente a empleo precario; es decir, empleo de calidad frente a empleo de mierda.

El cambio de paradigma resulta especialmente necesario en el caso de las mujeres, como demuestran –si alguna duda quedaba– los datos revelados por Público hace sólo unos días. Es verdad que la lacra de la temporalidad aqueja por igual al colectivo masculino y al femenino, ambos con apenas un 8% de contratos indefinidos. Pero sólo la mitad de las oportunidades de trabajo que se presentan a las mujeres son a jornada completa. Dicho de otra manera: el empleo que hay para ellas es, con demasiada frecuencia, de carácter temporal y a tiempo parcial. Vamos, lo peor de lo peor.

Mucha culpa de ello la tiene el hecho de que buena parte de la creación de empleo proceda de actividades con un fuerte componente estacional, como el turismo, que va camino de superar a la burbuja de la construcción, cuyo estallido tuvo las consecuencias de todos conocidas. Sin embargo, la pésima calidad del empleo no es ajena tampoco a la existencia de un tipo de empresario local cicatero y reservón, dado a correr los riesgos justos y con una visión cortoplacista de las relaciones laborales, muy alejado por tanto de la aureola de audacia y desprendimiento que a veces intentan vendernos.

Ese tipo de empresario abraza con especial delectación cuantas ocasiones le brinda la normativa vigente para cubrir sus necesidades de personal –circunstanciales e incluso estructurales– con contratos de quita y pon, que le comprometen poco y le permiten pagar salarios de miseria. Contratos basura, sí, que tanta ayuda prestan al Gobierno para crear la ficción de que mejora el empleo, de que sus dolorosas e injustas recetas para salir de la crisis surten efecto; cuando lo único que si acaso mejora son las estadísticas oficiales.

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