Aquí no se fía

Rajoy se acuerda ahora de los sindicatos

Ahora que su política de recortes a ultranza se ha revelado como un completo fracaso. Ahora que hemos superado con creces los seis millones de parados. Ahora que las encuestas muestran que muchos votantes le han dado la espalda... Ahora, cada vez más solo y en medio de una realidad tan adversa, Rajoy ha decidido sentarse a hablar con los sindicatos.

No debe de haberle resultado fácil tomar esa iniciativa después de que el PP y sus corifeos mediáticos lleven años apaleando sin piedad a unas organizaciones que en sus labios parecen simples elementos parasitarios del régimen democrático. De los sindicatos y de sus líderes, han dicho de todo, algunas veces con razón y las más sin ella, ignorando el papel que han desempeñado para encauzar las reivindicaciones de la clase obrera.

Durante la Transición y en esta devastadora crisis económica, para bien o para mal, han sido un factor de moderación de las ansias de cambio y de justicia de los trabajadores. Los poderes públicos siempre lo han sabido y de ahí que hayan intentado granjearse su favor, concediéndoles taimadamente los privilegios que ahora les echa en cara la derecha.

Por eso resulta de un cinismo insoportable que la Comunidad de Madrid, por ejemplo, saque pecho ante su electorado arrebatando a los sindicatos los mismos derechos que Esperanza Aguirre y antes Ruiz-Gallardón les reconocieron cuando gobernaron. Unos derechos que nadie cuestionó en su momento porque garantizaban la paz social y que, a la vuelta de los años, se han convertido en munición para la más burda demagogia.

Quienes recurren a ella intentan reducir el balance de la actividad sindical a sus errores. Como si los sindicatos no hubieran contribuido decisivamente a equilibrar las relaciones laborales de este país, para disgusto de los empresarios y de sus paniaguados.

Que se han dejado muchos pelos en la gatera es evidente; que se han arrimado a ellos oportunistas de la peor condición, también; pero lo mismo ha ocurrido en otros ámbitos, ya sea la política o la prensa. Ninguna institución se ha librado del desgaste inducido por un sistema que, contra toda lógica, permanece inalterado desde hace casi cuatro décadas y que necesita una revisión a fondo con urgencia.

Esa revisión debe servir para evitar abusos, también de los sindicatos, aunque no para maniatarlos, como más de uno quisiera. Porque, digan lo que digan sus detractores, son un pilar fundamental de la sociedad moderna y un agente imprescindible para afrontar situaciones tan excepcionales como ésta.

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