Aquí no se fía

De recuperación nada, señor Rajoy

Los datos del Banco de España sobre actividad crediticia conocidos ayer han puesto en evidencia esa milonga de que estamos dejando atrás la recesión, profusamente difundida en las últimas semanas por el Gobierno de Rajoy. Por más que la propaganda oficial se empeñe en convencernos de lo contrario, la economía –por desgracia– continúa profundamente deprimida y una consecuencia de ello es que sigue creciendo a pasos agigantados la morosidad. No parece, además, que las cosas puedan mejorar a corto plazo, porque las entidades financieras mantienen cerrado el grifo del crédito, a pesar de la insultante cantidad dinero que los contribuyentes llevamos gastados para intentar inútilmente que funcione el sistema.

 
Según el Banco de España, los créditos de dudoso cobro ascendían en mayo a 170.000 millones de euros, lo que equivale a un 11,21% del total. Nunca, desde que existe ese indicador, la morosidad había alcanzado un nivel tan alto; ni siquiera en la crisis de 1994, donde no pasó del 9,15%. Sólo en mayo, fueron catalogados como de dudoso cobro créditos por importe de 3.138 millones, debido sin duda a las dificultades que siguen encontrando las familias y las pymes para hacer frente a sus pagos por culpa del imparable deterioro de la situación económica. Unas dificultades que han neutralizado ya el efecto que tuvo hace unos meses sobre el índice de morosidad la puesta en marcha de la Sareb –el banco malo–, esa especie de alfombra donde las entidades tienen la oportunidad de ocultar toda la basura generada por el derrumbamiento del sector inmobiliario.

 

Pero si el crecimiento de la morosidad es una prueba de que la recesión no la hemos dejado atrás, la pertinaz sequía de crédito supone un pésimo augurio porque, mientras las empresas no dispongan de la financiación necesaria, aquí no hay nada que hacer. Los datos del Banco de España son concluyentes: la cartera crediticia del conjunto del sistema ascendía a 1,519 billones de euros el pasado mes de mayo, frente a 1,536 billones de un año antes. No es ajeno a ese hecho que las entidades tengan que dedicar cada vez más recursos a cubrirse las espaldas para cuando se produzca impagos, lo que significa que nuestros ahorros no se están utilizando para activar la economía, sino para tapar los agujeros que la banca propició en los tiempos, no tan lejanos, en que se dedicaba a prestar alegremente el dinero.

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