Aquí no se fía

¿Que no habrá más recortes? No se lo crean

Me hubiera gustado ver la cara que pusieron los periodistas estadounidenses cuando Rajoy, con motivo de su estancia en Nueva York, les comunicó el miércoles -como si de una noticia bomba se tratara- que nuestro déficit público fue en 2012 dos décimas inferior a lo anunciado. Que, a estas alturas, el presidente del Gobierno español saque pecho por semejante nimiedad es una prueba concluyente de los escasos resultados que puede vender de la política económica llevada a cabo bajo su mandato. A no ser, claro está, que Rajoy quisiera ocultar así que el descuadre prespuestario vaya camino de superar todas las previsiones en 2013, pese al ahorro en intereses derivado de la rebaja de la prima de riesgo.

Ese ahorro, que puede rondar los cinco mil millones de euros, ha servido al presidente para asegurar que no serán necesarios nuevos recortes en lo que queda de año; aunque, después de tantos y tan descarados incumplimientos, las promesas de Rajoy no merecen ningún crédito. También empeñó su palabra en que no subiría los impuestos ni tocaría los servicios esenciales ni mermaría el poder adquisitivo de las pensiones y ya saben ustedes que ha hecho justo lo contrario. Es lo que tiene la insistencia en la mentira: que una vez puede colar, dos quizás también, pero es imposible mantener siempre en la inopia a los engañados, salvo que éstos tengan la muy española costumbre de convivir pacientemente con ella.

Si fuera verdad, si no se tratase de nueva tomadura de pelo, estaría muy bien que hubieran acabado los recortes, al menos en aquellas partidas que sólo han valido de momento para aumentar el sufrimiento de los españoles. Pero de lo que tengo serias dudas es de que el presidente del Gobierno haya aprendido la lección y esté dispuesto a rectificar una política de efectos claramente perniciosos para la economía, por mucho que el PP y sus palmeros no vean, de un tiempo a esta parte, nada más que ilusorios brotes verdes. Resulta curioso que la derecha, tan disciplicente con cualquier atisbo de esperanza en la época de Zapatero, no tenga ahora el menor empacho en tragarse y propalar el mismo cuento.

Ese giro -seguramente imposible mientras gobierne Rajoy- pasa por reconocer que las cuentas públicas españolas, más que de gastos, lo que arrastra es una grave problema de ingresos, por culpa de la crisis económica. La recaudación fiscal ha caído en los últimos años alrededor de seis puntos de PIB, debido al desplome de los impuestos vinculados con la actividad y, en especial, aquellos que tantas alegrías dieron a las diferentes administraciones durante el denostado boom inmobiliario. Sin embargo, los gastos mantienen el peso que tenían, a pesar del fuerte aumento que el paro galopante ha inducido en los costes del desempleo.

Enderezar la situación a base de hachazos al presupuesto -que es lo que intentó Zapatero a partir de mayo de 2010 y lo que ha hecho sin descanso Rajoy- es una decisión suicida, como advirtieron en su día todos los economistas no abducidos por la secta neoliberal y se ha encargado de demostrar el tiempo. Por eso hoy, en España, los ingentes sacrificios realizados por los ciudadanos siguen sin dar fruto alguno: no sólo no se ha detenido la destrucción de puestos de trabajo, sino que tampoco se ha reconducido el déficit del Estado, que hasta agosto era del 4,6%, muy por encima del 3,8% comprometido para el conjunto del año.

Pero no, no es previsible que Rajoy afronte el problema de fondo; primero, porque no acostumbra a hacerlo y, segundo, porque eso requiere, entre otras cosas, una amplia reforma fiscal que le granjearía la animadversión de una parte muy influyente de la base económica, mediática y social sobre la que se apoya. Si la acometiera, correría el peligro de poner en fuga una porción nada desdeñable de su electorado, que además está deseando cargarse de razones para no volverle a votar. Y así se explica la opinión -cada vez más extendida- de que Rajoy ha decidido que nos hundamos todos, con el único propósito de no hundirse él.

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