Puntadas sin hilo

Dicen los que saben

que si nos saliéramos de la moneda europea, 2.500 pesetas de las de antes equivaldrían a un euro. Es decir, que un café nos costaría 5.000 pesetas, unos pantalones en las rebajas 80.000, y nadie podría decir ya ‘esta ronda es mía’ en las tomas de cerveza y aperitivo con los amigos, que le costaría al osado 15.000 o 20.000 pesetas, dependiendo de si en la ronda incluía gambas. Explicado así, método que con seguridad aprobarían los defensores de la verdad absoluta, causa pavor la posibilidad de esa solución de abandono del euro. Lo que ocurre es que no lo explican con claridad y sencillez y por eso nos permitimos frivolidades, aunque ya estamos duchos y casi doctorados en economía. De modo que bromas con esto ni una. Yo no estoy dispuesto a que al borde de la tumba me suban la hipoteca todavía no pagada a 250.000 pesetas mensuales o el corte de pelo a 70.000, por mucho que nos suban los sueldos y las pensiones en medida equivalente, porque el verdadero drama residiría en las importaciones y exportaciones, de forma que un iPad o un móvil de última generación para el niño nos saliese por cinco o seis millones de pesetas.
Paralelamente nos tomamos a chanza a La Prima de riesgo y El rescate, que hace años serían títulos de revista musical de éxito en las que el cómico le tocaba el culo a la prima venida del pueblo o la vedete cantaba insinuante Rescáteme usted para gozo sexual del espectador. Vemos a diario si ha subido igual que comprobamos el número de los ciegos. Y ésta es la segunda cuestión que tampoco nos explican con simpleza, sino con términos ininteligibles que en escalada sucesiva vienen utilizando - consenso, deflación, preferentes, aceleración, desaceleración, apalancamiento y mil más -. Nadamos en la confusión y en la torpe ignorancia. Ya podrían hacer un concurso en RTVE, un Pasapalabra o El cubo económicos, con sus premios y todo, debidamente amañados. No tendría por qué ser plúmbeo si se le aplicase lo dicho en su día por Voltaire de que todos los estilos son buenos, salvo el aburrido. Pero en fin, seguimos a ciegas, dando palos con las mentes tapadas a la gallinita de nuestro devenir inmediato del comer o no comer. Caigamos en la ruina, pero sepamos por qué.

Y en tercer lugar existe otra cuestión que muestra la torpeza educativa e ilustrativa de nuestros próceres políticos: el empleo a gogó de la demagogia. ¡Qué gusto da ser demagogo sin ninguna responsabilidad ni descrédito: ‘La justicia es igual para todos’, dijo el Rey. ¿De verdad lo cree o es una frase? ‘La Sala de lo Penal al completo decidirá si admite a trámite la querella contra el Presidente del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, por sus viajes y gastos de lujo’. ¿Quién juzga a los jueces?: Los jueces. ¿Por qué no lo decide un jurado? ‘La soberanía nacional reside en el pueblo’. ¿Broma, farsa o simple demagogia? ‘La Constitución Española se firmó a punta de pistola, y por eso hay que cambiarla’. Demagogia ciudadana abundantísima. ‘Todos los políticos son iguales’, también ciudadana calando más y más. ‘Es inadmisible e incompatible con los derechos humanos fabricar y exportar armas si somos pacifistas.’ ‘La libertad de expresión consiste en que yo pueda decir lo que quiera, pero los otros de mí, no’. Ley del embudo. El famoso ‘Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades’, sin autor ni responsable conocido de su vileza. ‘No es el momento adecuado para investigar Bankia en el Parlamento’. Dejación de funciones, sin que a Rajoy se le destiña el pelo. ‘Si el Presidente de Uruguay vive con 1.000 euros y los 9.000 restantes de su sueldo los destina a protección social, ¿por qué no hacen aquí lo mismo el Jefe del Estado, el Presidente del Gobierno y todos los políticos?’ Pero siempre saldrá algún ruin que lo dude y afirma que eso es lo que cobra oficialmente, pero buen dinero se llevará a ocultas. Demagogia repugnante muy al uso. ‘Decir al día siguiente que no has dicho lo que has dicho el día anterior. Demagogia a la orden. Dice el nuevo Presidente de RTVE, elegido tras la ruptura del acuerdo parlamentario: ‘Creo en la independencia’. Lo peor es que el hombre se lo creerá. España, 47 millones de demagogos, país de culpas y disculpas, de sornas y despropósitos.

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