Puntadas sin hilo

El Tribunal Supremo

Hoy se cumplen 200 años del nacimiento del Tribunal Supremo español. Está inspirado en el Tribunal de Casación francés, consecuencia a su vez de la Revolución Francesa. Antes solo existían las Reales Chancillerías y el Consejo Real, es decir, no existía un Poder Judicial.
1. ¿Goza de la confianza de los ciudadanos?
Evidentemente, no.
¿Por qué?
a. La justicia nunca satisface a todos. El 50% de los que pierden el pleito queda descontento porque sigue creyendo que tiene razón y se ha cometido una injusticia.
b. Quienes no tienen un pleito entienden que sus integrantes no son independientes y están politizados como consecuencia del modo en que han sido nombrados. Creen que no existe separación de poderes.
Esto no es cierto; una vez nombrados son enteramente independientes e inamovibles de su cargo. Ellos no hacen las leyes, las interpretan y aplican según su leal y saber entender. Las leyes las hace el Parlamento. Pero naturalmente el Parlamento hace las leyes según la ideología de las mayorías políticas existentes. Los magistrados, pues, son honestos al 99,9%, un porcentaje de los más altos en cualquier profesión. Tal vez en algún asunto ocasional de raíz política es donde pueda haber deficiencia, sentencias injustas o prevaricaciones. Pero no en los demás asuntos.

2. Los ciudadanos creen que la justicia es lentísima, y, por tanto, ineficaz. Es cierto. Sin embargo, los magistrados trabajan al límite: Aparte de la celebración de vistas, asistencia a las deliberaciones, y asuntos complementarios, están obligados a dictar tres sentencias por semana, por muy complejas que sean, con el correspondiente estudio de las sentencias recurridas, antecedentes y doctrina jurisprudencial. Ocurre que son muy pocos magistrados para el número de asuntos que deben enjuiciar. Son 80 magistrados, y los juicios pendientes son 18.000 entre todas las salas. Una desproporción escandalosa en relación a otros países avanzados. Además, los asuntos llegan al tribunal también con muchísimo retraso: en los tribunales y juzgados inferiores existe el mismo problema de sobrecarga de trabajo en función del número de jueces. Un juez de Madrid o Barcelona, por ejemplo, debe tramitar y resolver un promedio de 5.000 asuntos cada año. Es materialmente imposible que no se produzca el retraso.

3. ¿Existe corporativismo en el Tribunal Supremo? No más, ni probablemente menos, que en otras actividades.

4. ¿Cobran mucho los magistrados, y tienen notables beneficios en activo o al jubilarse? Cobran 6.000 euros al mes. Se jubilan a los 70 años, y pueden permanecer como eméritos hasta los 75 para paliar la acumulación de trabajo si lo autoriza la Sala de Gobierno y el Consejo General del Poder Judicial. Tienen una pensión de 2.030 euros, sin otras prebendas como suele ocurrir con los políticos. Por ejemplo, el señor Dívar, que ni siquiera es Magistrado del Tribunal Supremo pero lleva 45 años en la judicatura, se retirará con esa pensión. Ninguno se ha hecho rico. Un magistrado ha hecho cinco años de carrera, cuatro de oposición, uno en la Escuela Judicial, y quince o veinte años como mínimo en juzgados o Audiencias de menor categoría y peor retribuidas.

5. ¿Por qué se ponen esos ropajes y medallas? Por costumbre inveterada y tradición, al igual que en casi todos los tribunales del mundo. Por infundir respeto, a veces miedo.

6. ¿Cómo funciona el Tribunal? ¿Hay unas sentencias que valgan más que otras? Normalmente con tres magistrados como mínimo, salvo para los Derechos Fundamentales, que se requiere que sean cinco. Las sentencias dictadas tienen todas el mismo valor y fuerza legal, tanto si se dictan por unanimidad como por mayoría. El 90 % de las sentencias se dictan por unanimidad.

7. El Tribunal Supremo es la máxima autoridad en legalidad ordinaria. Solo están sometidas al criterio del Tribunal Constitucional las sentencias referidas a Derechos Fundamentales señalados en la Constitución, a través del Recurso de amparo.
¿Cómo es posible que haya sentencias contradictorias entre el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, se pregunta mucha gente? Pues es la quintaesencia de la democracia judicial, los diferentes criterios interpretativos. Como en la vida. Como entre ustedes mismos. Lo otro sería pensamiento único impuesto. Y serían inútiles e innecesarios los recursos y garantías que tienen los ciudadanos.

Ya pueden empezar a despellejarme.

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Gota con la que CABREAN AL LUCERO DEL ALBA: Unos y otros. Ya, ya sé que es demagogia. Y que es, dirán, el chocolate del loro, que cada día está más gordo. ¿Pero cuántas familias, cuántos mineros, comen un año con 190.000 euros, que es lo que el Ministerio de Fomento va a pagar al pintor Antonio López por el retrato de Francisco Álvarez Cascos de cuando era titular de ese ministerio? Fue el también Ministro de Fomento José Blanco quien lo negoció en 2010, ya en plena crisis. 190.000 euros por un cuadro-retrato para colgar en las paredes del Ministerio, con Cascos que repite pues ya tiene su cuadrito en el Ministerio de la Presidencia, y ahora supongo que también en el Parlamento de Asturias. A López no se le puede negar o rebajar esos honorarios, pero también es sorprendente que acepte el encargo con lo riquísimo que es merecidamente. 190.000 euros de vellón. Es una tradición, dicen, que el ministro saliente elija a su retratista. Y Cascos eligió al más caro. ¡Qué escándalo con el loro!
Y eso ocurre en todos los ministerios, de modo que calculen ustedes por cuánto nos sale el alimento del papagayo. Kilómetros de paredes inundadas de cuadros-retrato. Para que la Historia los recuerde, admire y exculpe. Ya fueron famosos hace bien poco los 82.000 euros por el retrato de José Bono como Presidente del Congreso, donde tampoco se iban a privar de tal placer y gasto. Y así en todas las instituciones, Consejo de Estado, Tribunal de Cuentas, Tribunal Constitucional, Ayuntamientos, Parlamentos autonómicos, etcétera. ¡Si el loro hablara! Pero ya que no habla, al menos los retratados deberían tener un poco de decencia, y sería interesante hacer una pequeña investigación e informe de lo que nos ha costado el loro años y años. Un estúpido ahorro. Aunque con él, repito, comerían también años y años españoles, niños incluidos, ya les contaré, que no tienen ni para comer. Demagogia pura.

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