Puntadas sin hilo

La chica de la pancarta

En medio de los porrazos de la policía y del ruido de las pelotas de goma, una chica jovencita paseaba tranquilamente con una pancartita blanca en la que se leía: ‘Por un proceso constituyente’. Creo que sin saberlo, o sí, apuntaba la única solución para el marasmo español. La vieja Constitución española ya no sirve. Hay que jubilarla con un buen y agradecido retiro, pero los problemas son distintos de cuando la chica aún no había nacido, y por tanto las soluciones tienen también que ser otras.

No sé si la portadora de este cheque en blanco que era su pancarta querría cambiar todo el sistema político español y sustituirlo por otro que aún nadie ha explicado, pero ese cheque se puede cubrir con múltiples datos e innovaciones. Por de pronto sería al portador, que incuestionablemente es el pueblo, los ciudadanos, y no los ejecutivos políticos que refugiados en la Gran Banca del Congreso no han sabido asumir la gestión. Por detrás, se endosaría a un presidente de la República, nueva cabeza del Estado. La cantidad o importe del talón sería la que permitiese a todos los españoles vivir con dignidad, encarando a la Europa prestamista para decirle que vamos a pagar pero cuando y cuanto nos sea posible y no más, sin permitir que la pobreza se extienda en España como una epidemia. Y si no aceptan, nos vamos y volvemos al trueque y a la honradez, lejos del bandidaje de la especulación y de la corrupción interna, sin nadie agarrado al cargo.

Pensándolo bien, ¿por qué esa chica no podría ser la presidenta del Gobierno, en una renovación necesaria en que la ingenuidad política sustituyese a las viejas y desacreditadas prácticas? No es la imaginación lo que tiene que llegar al poder, como en el famoso lema, sino la juventud. Simplemente la juventud. La experiencia no les hará falta porque (aún) no están maleados. Sería una forma de recuperar España y conseguir que efectivamente resurgiese la confianza y la esperanza en todos nosotros. Sería la nueva Marca España. Los jóvenes al poder y los viejos a aplaudirles. Incluso los antidisturbios se cambiarían de bando ahora que como funcionarios les congelan el sueldo por tercer año consecutivo, y, encabezados por ellos, ahora sí que se tomaría el Congreso. ¿O somos tan egoístas y miserables que no confiamos en los jóvenes? ¿De verdad que en las manifestaciones de ayer y anteayer no había ministros potenciales más válidos que los que a velocidad sónica nos llevan a la desesperación nacional? Al fin y al cabo España siempre ha aspirado a ser una utopía.

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El cumplimiento de las leyes

Más allá de lo que hayan dicho santos padres de la Iglesia o filósofos de postín, ¿se deben cumplir las leyes en todo o solo en aquello que nos convenga? Artur Mas ha afirmado que, tras las elecciones, se celebrará un referéndum de autodeterminación en Catalunya aunque el Gobierno lo prohíba. La facultad de celebrar referéndums está, por ley, expresamente atribuida al Gobierno, central, se entiende. Por tanto la celebración de ese referéndum para que el pueblo catalán decida sobre su futuro político vulneraría la ley si lo decidiesen unilateralmente el Parlament y Govern catalanes que resultasen de las elecciones fijadas para el 25 de noviembre próximo.

¿Qué se prevé que dirá el Gobierno de España? Que no, es fácil de apostar. La irracionalidad es uno de los principales atributos de este Gobierno y seguramente de cualquier otro. También es fácil de apostar a que la autodeterminación o derecho a decidir es el prólogo de una secesión anunciada.

¿Qué hacer, pues, qué harán una y otra parte? Una, el Gobierno central, prohibir, pero ¿cómo?, ¿le bastarán los simples guardias y conminaciones? La otra, el Govern, ¿qué puede hacer frente a la negativa? De nada valdrán las reiteradas apelaciones a la legalidad constitucional ni los recursos ante el tribunal pertinente, que, para más inri, sentenciará una vez celebrado el referéndum. ¿Y entonces? ¿Hasta dónde se soliviantará el pueblo catalán?, ¿hasta dónde harán piña los partidos políticos nacionales, Izquierda Plural incluida? ¿Qué pasa si los organismos electorales catalanes ponen el proceso a toda máquina? Y sobre todo, ¿qué sucede si, una vez celebrado el referéndum, el pueblo catalán en el siguiente y lógico paso dice por amplísima mayoría que sí, que quieren independizarse? ¿Hay forma de parar esto?

Las leyes, ese cepo que alegremente se fabrica, del que luego queremos librarnos. Ya, las leyes se pueden cambiar, pero hay algunas, y ésta es una de ellas, en las que es política y casi materialmente imposible cambiar sin connivencia. Ante éstas, ¿vale el principio general de que las leyes hay que cumplirlas? Digámoslo claro, la Constitución española es una trampa, una encerrona, y habrá que cambiar a los tramperos para que no tenga razón aquella chica india que en una película decía ‘mi miedo es lo inmutable’. Sin embargo se puede afirmar con seguridad que apoyarse en una mayoría democrática nítida y clara surgida de unas elecciones totalmente limpias para subvertir el orden constitucional constituye pura y simplemente un verdadero golpe de Estado, como dejó escrito y explicado Curzio Malaparte en su famosa obra Técnica del golpe de Estado. El cumplimiento de las leyes es el oxígeno para vivir.

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