Puntadas sin hilo

El discurso del Rey

Me voy a jugar mi pequeño e imaginario prestigio diciendo que a mí me gustó el discurso del Rey. Aunque, naturalmente, sea inútil, dado su poco valor coercitivo. Todos sus discursos son inútiles porque los destinatarios no le hacen caso, ni constitucionalmente tienen por qué hacérselo. Pero me hubiese horrorizado ver a Aznar hablándonos como Presidente de la República.

Formalmente fue perfecto. No se equivocó ni una sola vez y pronunció de modo más que satisfactorio y sin tartamudeo alguno. De pie, pero apoyado en el borde de una mesa de trabajo, seguramente para obviar que aún no puede caminar ni sostenerse con soltura tras su reciente cuarta operación. Ni siquiera nos dio ocasión para comentar mientras tomábamos el aperitivo previo a la cena ¡Qué viejo está! Les será difícil a los humoristas, Wyomings, Motas y demás, caricaturizarlo con justeza.

Y en cuanto al fondo o contenido me pareció sólido y corto, ‘exigiendo’ a los políticos que espabilen, como hacemos los ciudadanos, y den paso a la Gran Política del entendimiento. Estuvo humilde y nada cutre ni pretencioso. Dijo lo justo para que quien quiera entenderlo lo entienda, y no cayó ni en el ridículo de normas morales de otras veces ni los casos concretos de Urdangarin o Botsuana de nuevo, ni los tópicos ‘que paséis unas buenas fiestas’. Destacó la muy mala situación de muchos ciudadanos y familias a causa de la gravísima crisis. Más no podía hacer ni decir. Y fue, en mi opinión, un acierto la brevedad, pues si lo hubiera alargado se habría perdido el contenido social del mensaje.

Empieza a darme la impresión de que es de las pocas personas que buscan la concordia. No entiendo, pues, la aversión y hasta odio que suscita en buena parte de los españoles ni en los lectores de este blog. Porque nunca comprendí que no se conozca su reducidísimo poder, casi testimonial, ni a aquellos que creen que una República lo arreglaría todo o nos pondría en camino. Los ciudadanos también deberíamos practicar la Alta Política que propugnó el Rey en su discurso, y establecer un orden de prioridades. Yo, por mi parte, ni pongo ni quito rey: me es indiferente, pero me atengo a la realidad de España. Los españoles hacemos cuestión central de una cuestión secundaria.

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