Puntadas sin hilo

21 noviembre 2015

Ayer se celebraron en España las duodécimas elecciones generales de la democracia. Escrutado el 99,9 % de los votos, las urnas arrojan los siguientes resultados entre los partidos de ámbito nacional: Partido Popular, 35% y 165 escaños; Partido Socialista Obrero Español, 20,1% y 99 escaños; Izquierda Unida-ICV, 9,9% y 19 escaños; Unión Progreso y Democracia, 7,6% y 15 escaños. La abstención fue del 22,7%; en las anteriores elecciones de noviembre de 2011 fue del 29,1%. Con estos resultados ningún partido alcanza mayoría suficiente para formar Gobierno y serán necesarios acuerdos. La única posibilidad con garantía es el apoyo que el partido de Rosa Díez pueda prestar al Partido Popular, salvo que cuente con los partidos nacionalistas PNV y CIU, cosa probable. Cualquier otra combinación no alcanzaría la representación necesaria para que el Rey, con su institución en claro descrédito, le encomiende protocolariamente la formación de Gobierno.
Así pues, es de prever que la derecha seguirá gobernando, si bien templada por las exigencias de los otros partidos de derecha, UPyD incluida. De modo que nada sustancial cambiará en la política española. Seguirán las protestas ciudadanas, en contra de lo que han votado, seguirán las medidas restrictivas y de austeridad llevadas al límite, seguirán obedeciendo ciegamente a Angela Merkel que continúa decidiendo los destinos de Europa, seguirá el escaso entusiasmo de los ganadores y seguirá el desencanto de los perdedores, ya fatigados. Seguirán hablando de la necesidad de un gran pacto nacional para luchar contra el paro, aunque, como en Portugal, se produzca la incongruencia de que para luchar contra el paro despidan 30.000 funcionarios. Desde hace años, especialmente desde las anteriores elecciones, todos hablan de la necesidad de ese pacto, pero nadie está dispuesto a ceder nada. ¡Qué falta haría ahora, en 2015, un Adolfo Suárez!

Han sido unos resultados esperados. Los programas de los partidos han sido lamentables, llenos de generalidades, promesas y buenas intenciones, pero ninguno de ellos concretó qué reformas son precisas. Los ciudadanos votaron por afinidad sentimental, a ciegas, sin una mínima exigencia, en una forma suave y barata de fanatismo. Los votantes, tanto los de derecha como los de izquierda, deberían, deberíamos, reflexionar para que en 2020, nos hayan dado o no los Juegos Olímpicos, no todo consista en un penoso ir tirando al que llamemos vivir. Nos esperan cuatro años de más de lo mismo, sin que se aborden los graves problemas que sufre España, aparte del desempleo. No se cambia la Constitución, se defiende a la monarquía, la Ley de Transparencia continúa siendo una quimera, los tribunales no dan abasto a tanta corrupción, los casos Gürtel, Bárcenas, Urdangarin y EREs andaluces continúan en trámite eterno, la desconfianza hacia los políticos llega a máximos inimaginables, la Iglesia Católica sigue campando por sus respetos y subvenciones, Catalunya sigue luchando por su independencia, y la economía no se recupera y nos hunde en la indigencia.

Resulta sorprendente lo crédulos y aficionados que somos los españoles a tarots, horóscopos, brujos, curanderos, videntes y magos, y lo poco que, por el contrario, creemos en las encuestas, a pesar del aval científico de lo demoscópico y el elevado índice de aciertos o aproximaciones correctas. Los datos aquí suministrados (de porcentajes, no de atribución de escaños, que son aproximados), como ya habrán adivinado, pertenecen a la encuesta entregada ayer por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Esperemos que o no se cumplan o seamos capaces de rectificar. Aún es tiempo. No seamos tercos en nuestras intransigencias.

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