Puntadas sin hilo

Tragarse este gran sapo

Realmente hace un poco raro, por muy demócrata que se sea y por mucho que se acate la justicia, ver en libertad a alguien que ha cometido 24 asesinatos terroristas y con una condena de 3.824 años. Pero es la ley, con sus deficiencias. Es comprensible que una buena parte de la sociedad, seguramente mayoritaria, no esté de acuerdo y se indigne con quienes propiciaron este gran sapo que tenemos que tragarnos.

Si no tenemos una moneda propia que nos permita modular nuestra economía, si nos imponen cambios constitucionales para asegurarles el pago de la deuda, si se acuden en auxilio de los poderosos y no de los débiles rescatando bancos en situación comprometida, si pertenecemos a la estructura militar atlántica y como consecuencia debemos participar en toda acción bélica que nos indiquen, si decretan recortes sociales y laborales en aras, dicen, de nuestra propia conveniencia y sobre todo la de ellos, si sus decisiones son órdenes si queremos continuar en el club, ¿por qué no vamos a tener que aceptar lo que acuerden en cuanto a excarcelaciones de asesinos y delincuentes, dónde queda nuestra autonomía y capacidad de decisión en todo lo referente a la justicia? Con este sapo nuestra soberanía ha muerto. ETA y Europa han ganado.

De repente, como si el tiempo estuviese entre costuras, todos aquellos años de muerte y atentado diarios se diluyen y no existen, son un recuerdo en forma de sapo. Aceptamos lo que nos echen. Desgraciadamente lo malo, no el salario mínimo de 8,5 euros por hora ni las jubilaciones y pensiones satisfactorias ni el número de personas que tienen trabajo. Nos imponen lo que nos perjudica. Porque esta sentencia nos perjudica en nuestra estabilidad democrática. Es y será una fuente de conflictos y desilusiones. Y sin embargo probablemente sea justa. Europa no tiene la culpa de nuestras chapuzas y componendas jurídicas, sabíamos que las leyes penales no son retroactivas. Debemos, pues, tragarnos el sapo, sin olvidar que aquellos años de dolor y reestructuración del Estado fueron el germen que nos permite tragárnoslo sin perder la conciencia del bien y del mal. La ley sí, pero el desconsuelo también.

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