Puntadas sin hilo

Tras las votaciones de ayer

La izquierda, o si se prefiere, los progresistas, deberían sacar alguna conclusión útil de las votaciones de ayer en el Congreso sobre la admisión a trámite de la ley del aborto y sobre la práctica anulación de la llamada justicia universal: son un bloque, una piña. En los momentos importantes, el PP no se anda con escrúpulos y vota unánime y disciplinadamente. Ése es el secreto de su éxito. Las diferencias se las guarda para ocasiones no estelares. Y lo hacen sin rubor, orgullosos de su fuerza, arrasando. La izquierda, pues, debería concluir que desacreditarse y apuñalarse entre ellos no les conducirá sino a la frustración. Frustración en cuanto a resultados electorales, que son los que cuentan, salvo que lo que quieran es el lucimiento personal y de sus grupos o soledades, y reclamando glorias y purezas para ellos solos. A estas alturas de la Historia da vergüenza repetir que la unión hace la fuerza. Allá ellos y sus tácticas.

Los abstencionistas, por su parte, con sus principales proveedores los anarquistas, deberían también comprender que su ausencia de la práctica política, reducida solo al verbo y por muy masiva que sea, no impide que quienes juegan, ganan, y que para ganar hay que jugar. Pero allá ellos también, y su inalienable derecho, con sus morales políticas, sus tácticas y estrategias, y su ver los acontecimientos desde el cómodo sillón de la no participación, sin contraer responsabilidad alguna y sintiéndose además víctimas, y esperando que aunque su reino no sea de este mundo algún día se producirá la catarsis social esperada sin fecha de advenimientos y por tanto de predicción garantizada. Es como la espera del Más Allá en esta vida, y encima dan clases y consejos.

Hay ostias para figurar en las listas de las elecciones europeas, y todos argumentan, especialmente el PSOE, su importancia al legislar un gran porcentaje de decisiones para todos los países adheridos y los nombramientos de los más altos puestos directivos, y por eso sus elementos más destacados ansían puesto. Ignorando que lo que haya de votar en el Parlamento europeo, una vez elegidos, será lo que les dicten desde sus centrales españolas. De ahí que no sea fácil entender la relevancia, y por el contrario fácilmente comprensible el momio que supone el cargo. El eurodiputado tendrá el mismo margen de actuación y decisión que un diputado nacional, o sea, ninguno.

Y así va pasando la vida, entretenidos con infantas, corrupciones varias y apretones de economías. Todos contentos. Huele a que todo seguirá igual. Unos unidos, y otros en descalificaciones permanentes. Es muy manido y archiconocido que la política es el arte de lo posible, pero la izquierda variopinta está empeñada en demostrar que es el arte de lo imposible y de la destrucción de las legítimas aspiraciones y sueños de los ciudadanos no contaminados por la indecencia y la ineficacia.

Dice el lector Robin Goodfellow que "el partido conservador en el gobierno es incapaz de hacer nada sin dividir a la sociedad, de legislar sin agraviar y perjudicar a un núcleo de ciudadanos para favorecer a otros." Tiene razón. Pero tras la ingenuidad y fracaso de ayer, ellos están exultantes, fuertes y unidos, y los demás en discordia en lo fundamental, ni siquiera se ponen de acuerdo en saber qué es la izquierda y quiénes la integran.

Ayer se demostró que, cuando quieren, cambian una ley en un día, como cambiaron la Constitución en una noche y legislaron la ruina perpetua. Pero no están interesados, pudiendo, en cambiar en un día, ni en años, el sufrimiento de los españoles. Sería hora de que las izquierdas se dejasen de tarambanas y presentaran ya y no a última hora sus programas concretos y no abstrusos ni mamotretos. Solo así se podría ir conformando un ambiente de cambio. Ya está bien de tiritos de fogueo.

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