Quienes no hemos entrado a fondo en el estudio del tema ni en su práctica siempre habíamos pensado que la anarquía consiste en lo que se define en el diccionario o lo que se respira en el ambiente de la sociedad, que sigue siendo burguesa, en que vivimos: algo negativo, rechazable y patrocinador del desorden.
Hoy se publica en el diario El País un espléndido y lúcido artículo de Srecko Horvat sobre la situación en Bosnia-Herzegovina titulado "La verdadera anarquía es la anarquía del poder", que, sin ser trasplantable a España dadas las grandes diferencias socioeconómicas y políticas, invita a meditar acerca de la legitimidad de la anarquía en cualquier supuesto. "¿Por qué los manifestantes son condenados por ser violentos si el poder del Estado es todavía más violento sirviendo a los magnates del mercado y de la guerra?", se pregunta el autor. Algo que en este foro bastantes comentaristas han sostenido hasta la saciedad. Cuando se incumple todo lo prometido, se acude a caminos torticeros y se provocan situaciones rotundamente injustas, la puesta en cuestión del poder constituido y elegido democráticamente aparece como una forma, tal vez la única, de enmendar el caos o desorden político existente, es decir, la anarquía.
Porque en España, disfrazada de mano firme, vivimos una anarquía, una borrachera más bien, con la que el poder quiebra toda justicia social y todo respeto a los derechos de las personas. No hay más que escuchar al Ministro del Interior cuando, satisfecho, dice que la carga policial de Valladolid fue ‘brillante y eficaz’. ¿Una carga policial puede ser brillante? Suponemos que hoy dirá lo mismo en el Congreso sobre la actuación de la Guardia Civil para repeler en Ceuta a los inmigrantes africanos.
El desequilibrio desmedido del poder da razón a las posturas anarquistas; nos recuerda una vez más que todo poder se corrompe y el poder absoluto se corrompe del todo. Queda así la anarquía, en mi escaso conocimiento, no como sistema de vida a pretender, pero sí como contrapeso a la verdadera anarquía que significa el poder. Quemar contenedores resulta minucia frente a los desahucios y destrucción de viviendas que ayer mismo vimos en las estremecedoras imágenes de televisión, metiendo piquetas y excavadoras ante las lágrimas del matrimonio octogenario con dos hijos discapacitados o la mujer del jornalero expulsados de sus hogares sin contemplaciones. Eso sí es anarquía, y de la peor, lsa anarquía de la obscenidad legal.
La anarquía de las protestas se convierte así en la única defensa posible a la espera de unas nuevas elecciones; paradójicamente la anarquía se torna racional. Es preciso que el poder atienda a los ciudadanos de forma coherente y sin abusar obscenamente de su poder. Porque de lo contrario, y como finaliza Hovert su artículo: ¿Qué vendrá después de las protestas?
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Gota PELOTAS: El ministro admite el uso de pelotas de goma en el agua pero sin dar a los inmigrantes en Ceuta. Eran para jugar al guá marítimo.
Comentarios
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