Puntadas sin hilo

Tras el debate

La cuestión más importante y trascendente planteada en el debate sobre el Estado de la Nación fue la pregunta realizada por el diputado Pérez Rubalcaba: Si en 1978 fuimos capaces de que se pusieran de acuerdo las fuerzas políticas más opuestas, ¿no lo seremos también ahora, 35 años después? Pues no parece fácil. Entonces existía un deseo unánime de concordia, y por el contrario ahora prevalece un ánimo de discordia en todos los campos y más allá de las lógicas discrepancias de una democracia. Se han radicalizado las posturas y nadie está en vías de posible acuerdo con nadie ni en nada. Y ya no en las tendencias extremas, sino también en quienes teóricamente comparten el centro. Afortunadamente la violencia aún está muy lejana, pero se puede decir que los españoles nos odiamos cariñosamente o al menos despreciamos a quienes defienden intereses contrarios a los nuestros. No hay posibilidad de concordia en nada, y así quedó patente en el Debate y ésa es la gran consecuencia del fracaso. Deseamos imponer, unos y otros, no pactar, no dialogar racionalmente.

Las distancias son abismales. En lo económico, en lo social, en lo puramente político, en lo territorial y en lo ético o moral. Alguien de derechas no tiene nada que ver con alguien de izquierdas, y al revés, y todo se ha acentuado y tensado hasta la conflictividad permanente y descalificadora. Y por supuesto tampoco tienen nada que ver los de arriba con los de abajo si se prefiere esta nueva catalogación social. Se trata de pisarle democráticamente el cuello al opositor. Ciudadanos contra políticos, y ciudadanos en serios y básicos desacuerdos entre ellos, habitantes de mundos distintos.

Seguiremos siendo un país de ganadores y perdedores, de opresores y oprimidos, de favorecidos y desfavorecidos, un país a trompicones, a impulsos y contraimpulsos, de avances y retrocesos, de deseos de autenticidad y de desencantos. Desde ayer, el Congreso de los Diputados se ha configurado como la Catedral de la Destemplanza, del engaño y del oprobio, la barraca de feria de las peleas de gallos, el pozo negro y envenenado de la discordia. Y tal vez ocurra lo mismo entre la población. El autoritarismo, por suave que se presente, tiene que ver con la dictadura y no con la democracia. Este debate, aun esperado así, ha sido la genuina representación de lo inútil. Las mayorías absolutas, y sobre todo su abuso, son un tumor en nuestro sistema político. Gobernar no es mentir, gobernar es escuchar, gobernar es aunar, gobernar es no decir no a todo como si solo lo nuestro fuera lo válido.

En los países avanzados no existen estas atrabiliarias disputas y distancias, son más comprensivos, más dialogantes, más cordiales, menos sectarios, meno excluyentes, se respetan más, se quieren más que nosotros. España es un país en continua discordia, un apaño, un trágala, un ahí me las den todas.

Y es evidente que al pueblo no le interesa en absoluto lo que se traigan entre manos sus teóricos representantes: en total el Debate tuvo la ridícula audiencia del 1,7%.

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