Puntadas sin hilo

Vivir en una sociedad que no te gusta

Algo pasa en un país en el que se celebran 25.000 manifestaciones al año. Los poderes públicos deberían tenerlo en cuenta. Si los seis millones de parados o los 8,5 millones de pensionistas se manifestasen un solo día, el Gobierno caería en el acto. Se aprovecha de la dificultad de organizar tales manifestaciones. Es más, si los participantes en esas 25.000 manifestaciones se reuniesen a la vez y unitariamente, el Gobierno también caería.

Y no me digan que ante la incuria gubernativa, la solución es emigrar, marcharse, porque es como cuando los xenófobos para atacar la inmigración no regulada te preguntan si has acogido a alguno en tu casa y que por qué no lo haces. Puede no gustarte la sociedad en la que vives y no desear ni tener porqué marcharte. Nuestros anclajes son tan válidos como los de ellos. Lo que quieres es arreglarla desde dentro. El problema es que a la mayoría sí le gusta esa sociedad. Y no desean ni permiten que se cambie. Desde luego, no por las malas. Disponen de todos los medios para impedirlo.

Tú tampoco quieres cambiar el mundo, bueno, hay algunos, bastantes, que sí. Pero no son suficientes. La mayoría de los disidentes se conforman, conformarían, con reformar ciertas estructuras, sin derribar el edificio. Pero es un proceso largo, molesto y angustioso. Los optimistas afirman que con los votos se puede conseguir. No sé, no sé, esta sociedad está organizada a prueba de bombas y votos. Pero es un sufrimiento vivir así. Y una esperanza, por otro lado. Claro que mientras tanto hay que apencar. Y se te revuelven las tripas al ver, y padecer, los desmanes y desaguisados que hacen y las injusticias palpables. No puedes hacer nada, estás preso de la legalidad y de lo que acordaron y votaron los contentos. Te vas desanimando, incluso te peleas con los otros descontentos. El país está hecho una cochambre social, pero va tirando. Quien más quien menos se amolda y refugia en su desazón interna. Estamos vivos, casi todos comemos y tenemos techo, no somos capaces de más. Es un castigo vivir en un país tan irredento y desigual. Solo queríamos, queremos, que no nos humillen, que no nos engañen, que no nos tomen por bobos. Ya sabemos que todos no somos iguales, pero hay unos mínimos. Lo peor es que la sociedad sea un mercadillo de ambiciones y desventuras, un pantano en el que chapotear. El país es una escoria, aunque tenga cosas buenas, de las cuales la mayoría no puede disfrutar. Menos mal que darle a la lengua es un consuelo, no un remedio. No entiendes que haya tantos a los que les gusta el país, esta sociedad. Hay que aguantar las neurosis, los deseos de matar. Nos matarían antes. Vendrán tiempos mejores. Antes de la locura y la desesperación completas. No existe fuerza en mundo que consiga evitarlo. Con avances y retrocesos, la historia de la Humanidad es la historia del progreso. El que resiste, gana, como afirma el dicho. Resistamos ante tanta impudicia. Con el rencor, con el odio, con la ira controlada, pero estemos al acecho, escupiéndoles mentalmente, solo así se puede soportar vivir en una sociedad que no nos gusta. Todos a una, como una festiva Fuenteovejuna y tranquilos asaltantes a los palacios del invierno democrático que esta sociedad injusta. El mundo es de los incólumes pacientes. Los poderosos somos nosotros. 22 de marzo, las Marchas de la Dignidad llegarán a Madrid para quedarse indefinidamente. ¿Serán el principio de una sociedad que nos empiece a gustar?

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