Puntadas sin hilo

Hablemos del PSOE

Habría que hablar del PSOE, pero no sé qué decir. Es una obligación periodística. Aunque dudo que a la gente le haya interesado mucho lo de su Congreso y la nueva Dirección. No creo que hayan aumentado ni disminuido sus seguidores. Y sin embargo al PSOE hay que tenerlo en cuenta. Pase lo que pase continuará teniendo no menos de un 20 % del total de votantes. Que no es moco de pavo. Grecia o UCD no son referencia válida, creo. Y sin él la izquierda ‘crème de la créme’ no podrá gobernar. No seamos cabezotas. Lo ideal sería que el PSOE se ‘izquierdase’, y así poder admitirle en el club. Pero no está claro que se vaya a ‘izquierdar’. Mucho bla, bla, bla del nuevo Secretario General —el de compañeros y compañeras constante—, pero no es de fiar del todo. Se traen unos mejunjes y unos desacuerdos con los otros dos candidatos derrotados que no se sabe en qué quedarán. En el Congreso estaban todos muy contentos y aplaudían mucho. Se van a comer el mundo. Veremos. La gente está cabreada, o por lo menos harta y recelosa, y quiere cambios. Cambios sustanciales, por supuesto. Porque si no, no traga y se va a IU o a Podemos. Aunque la izquierda selecta también es culpable, se siente magnífica y lo rechaza. Pero sería hora de acabar con esa falacia o necedad de que PSOE y PP son lo mismo, incluso la misma mierda, abaratando el lenguaje. Resulta infantil el argumento de que votaron lo mismo en Europa en el 70% de los casos. Naturalmente: el nacimiento de Europa exige planteamientos comunes y lo trascendente no es el 70% común sino el 30% diferenciador. Igual que la matraca del famoso artículo 135 de la Constitución. Su aprobación era inevitable. El error fue no consultarlo al pueblo aun no siendo preceptivo, y explicárselo. Las izquierdas más duras no podrán eliminarlo, aunque lo prometan. No es posible, salvo saliéndonos de la UE, lo cual es la catástrofe. Se podrá, y se debe, negociar y rebajar sus duros efectos, pero no suprimir. Lo del Congreso de ayer y anteayer fueron buenas palabras, o una bravuconería más bien. No creo que el PP esté muy asustado. Parecían niños con zapatos nuevos en una función de fin de curso con sus ‘padres’, los viejos líderes, en primera fila y aprobándolos, como si fueran a descubrir la pólvora. Pero en el fondo era más de lo mismo, con más decencia, eso sí, al menos en la intención. No basta cantar La Internacional y levantar el puño para cambiar el país. Quieren nadar entre dos aguas. No reniegan abiertamente de sus errores, solo dicen que la derecha es muy mala, pero no anuncian su ruptura total con ella. Le lanzan un estúpido dardo a Podemos, acusándolo de populismo y demagogia. Al igual que la derecha, tienen manía con el populismo y la demagogia, como si ellos no lo fueran en tantos asuntos. No ofrecen garantías de cumplimiento de sus promesas. Yo no me fío un pelo. Por ejemplo, dice que reformará la Constitución, sabiendo, supongo, que no lo podrá hacer sin acuerdo con el PP. En septiembre-octubre cada uno expondrá su tenderete, y entonces veremos qué decide comprar la gente, y, sobre todo, a quién cree. Son soberbios. Se creen herederos de las mejores esencias, como si el pasado, tantas veces indigno, fuera aval suficiente. Desde luego, PSOE mejor que PP. Pero, también desde luego, PSOE peor que la otra izquierda. El problema del PSOE es que aburre. Y no entiende que las distintas izquierdas no se aman, pero se necesitan.

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