Puntadas sin hilo

Torturas

Salvo matar, torturar es la acción más indigna que puede cometer un ser humano. Y aún y según. Y sin embargo, la tortura ha sido una constante en la historia de la Humanidad. Por los motivos más abyectos e incluso por placer. Hasta el cine y la televisión han hecho del acto de torturar un espectáculo soportable, ameno y justificado.
Sabíamos de la crueldad de los Estados Unidos de América. Pero desconocíamos su brutalidad en el oficio de torturar. Lo intuíamos, pero no lo constatábamos. Ahora, con el informe del Senado norteamericano sobre las actividades de la CIA lo convertimos en hecho indubitado. Les honra, pero les deshonra por cuanto lo resuelven explicando que son cosas del pasado que quedarán sin castigo.

El mundo ya no se conmueve por nada. Hoy mismo, estos horrores dejarán de ser noticia y pasarán a formar parte silenciosa de la degradación humana, unas torturas más entre miles. Estamos rodeados, inmersos, en la tortura como hábito y práctica política. Todo tipo de torturas y vejaciones. Este fenómeno también ha llegado a España. Porque ¿qué otro nombre puede recibir que a miles de personas les quiten sus casas, no es tortura que el 27,3 % de la población viva bajo el umbral de la pobreza, no tortura el Gobierno a los tres millones que viven ya en la extrema pobreza, no tortura un Gobierno que fomenta la desigualdad social y económica, no lo hace el que, por ejemplo, permite que 298 niños vivan en el poblado El Gallinero de Madrid entre deposiciones, basura, ratas, serpientes y una gran violencia? ¿O Intermon Oxfam miente? Consciente o inconscientemente, la tortura habita en nuestros corazones casi con naturalidad. No hay peor tortura que la miseria. ¿Es esto ser pesimista y derrotista? Todos somos torturadores porque no lo arreglamos. En esta legislatura del hambre, nuestro Parlamento ni siquiera tiene la valentía del Senado de Estados Unidos.

Las torturas no solo son físicas, sino también psíquicas. Desde el matrimonio en que ambos cónyuges hacen uso de ella hasta los castigos que infligimos a nuestros niños. Desde el político que miente hasta el oyente que le cree. La tortura de la cultura infecta, de la falsificación de la historia, de los fanatismos religiosos o no. Torturamos a los catalanes, a los policías sin chalecos antibalas, a los inmigrantes que saltan vallas y los encerramos en CIEs inhabitables. Los ricos torturan a los pobres, los poderes financieros arruinan a los ahorradores, la tortura es el sustrato social. Los políticos torturan a los ciudadanos, les obligan a ser sumisos, les engañan, les hacen falsas promesas, les hacen el tercer grado, con inyecciones rectales de pobreza y exclusión social, les someten a la tortura de hacerles creer que democracia es igual a justicia y que trabajan para ellos. El Congreso y el Senado son nuestras Torres Gemelas. Nos torturan brutal, ineficazmente, y al margen de la ley y la Constitución. Hay infinitas formas de tortura, no solo es la bañera, la capucha y el olvido.

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