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Encubrir el crimen 2

Los alemanes hablan del holocausto en términos de genocidio y crimen contra la humanidad. Reconocen lo salvaje y cruel que fue el nazismo, aunque sus padres militaran en él. Les han enseñado el daño que aquella política tan despiadada y brutal les hizo a ellos y al resto del mundo. El exorcismo al que se sometió el pueblo alemán después de la guerra parece que les resultó liberador en términos de terapia colectiva, y gran parte del método consistió en enfrentarse a los hechos con crudeza, con realismo. La exposición de las imágenes que representaban los horrores de las atrocidades cometidas resultó traumática pero necesaria. Hitler no estaba solo, tenía aliados y amigos como Italia, Japón y España. Franco envió una división de voluntarios a luchar a su lado en la invasión de la URSS. El argumento de que en los dos bandos se cometieron atrocidades no ha impedido que la historia de los crímenes nazis saliera a la luz.

En España, todavía no se puede hablar ni investigar la historia de Franco, colaborador del Fürer, ni sus crímenes y sus consecuencias, sin que un sector, concretamente el principal partido de la oposición, ponga el grito en el cielo. ¿Por qué? Al margen de la Guerra Civil, donde se cometieron muchos atropellos en los dos bandos, la posguerra se convirtió en una jauría revanchista y criminal mucho más grave desde el punto de vista moral. Los que mandaban matar ya no eran milicianos, ni soldados fuera de control, sino personajes uniformados que condenaban a muerte a personas inocentes, en juicios sumarísimos y colectivos, bajo la bendición de la Iglesia católica que amparaba estas prácticas.
Del mismo modo que a los alemanes se les explicó qué ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, a los españoles nos tienen que contar con pelos y señales de dónde venimos. Y si a algunos, incomprensiblemente, les duele escucharlo, es que lo necesitan más que nadie, tienen un problema, tenemos un problema. Los niños entenderán por qué se quitan algunas estatuas.

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