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Cuando el señor Camps dijo que no debía nada a nadie y que tampoco le debían a él, no entendía lo que se le reclamaba. Nadie le acusaba de ser un moroso ni de ser incapaz de cobrar las deudas, más bien, de todo lo contrario. Es inau-
dito que insista en que todo es una trama, una conspiración para alejarlo del poder por una vía alternativa a las urnas y que está frito por contarlo todo, como si se le negara un espacio para exponer su verdad. Debería contar, de una vez por todas, a cambio de qué unos presuntos delincuentes, que afirma no conocer, le pagaban unos trajes que, según el sastre, se probaba en una suite del Hotel Ritz de Madrid.

Yo, que lo paso mal en los probadores porque me obligan a ejercicios de contorsión traumáticos, entiendo que todo un presidente con mayoría absoluta elija un espacio más amplio para realizar las faenas de ajuste, pero pienso que, en estos tiempos en los que el despilfarro y la ostentación por parte de la autoridad competente están tan mal vistos, con una habitación doble con minibar hubiera sido suficiente.
Tampoco estaría de más que nos contara de qué quería hablar con el sastre en las ocho llamadas que le hizo mientras le tomaba declaración el juez Garzón, porque, si no quería influir en su declaración, significa que eran amigos íntimos, lo cual justificaría la necesidad del lujo en los encuentros, aunque no a nuestra costa.
Es evidente que a los suyos todo esto les trae sin cuidado y que el control de las urnas en el latrocinio no les afecta, pero olvidan que también están trincando, presuntamente, nuestra pasta, la de los que no les votamos, y no nos da igual, tenemos otras prioridades.

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