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Las trece rosas

Hay en esta película mucho de contemporáneo, por desgracia. Todo, por culpa de la extraña reacción de una parte de la clase político-mediática que cierra filas a toque de clarín y no cree que, todavía, 70 años después de que terminara la guerra, haya llegado el momento de hablar de ella con serenidad. Sin revanchismo. No es oportuno, dicen, se reabren heridas. ¿De quién? A nosotros no nos hirieron en la guerra, ya había terminado cuando nacimos. Lo que hay que hacer, y con urgencia, ¡70 años después!, es suturar las heridas que queden abiertas. Por supuesto, las de los vencedores, si todavía quedaran algunos convalecientes después de 70 años de asistencia: pidan por esa boquita, nunca se les ha negado nada. Y también, perdonen ustedes, las de los vencidos, que se incorporan en masa, como los inmigrantes que estaban trabajando sin papeles, al régimen de asistencia; para que de una vez, aquí, en esta España, la de ahora, la de los nietos, no haya nunca más distinción entre vencedores y vencidos. Porque no somos ni una cosa ni otra. Somos ciudadanos que apoyamos a los que reclaman justicia en una democracia occidental. Nada más. Así de sencillo. España tiene que dejar de ser different.

Las Trece Rosas es una estupenda película que todos deberíamos ver, ¡70 años después!, porque es una historia nuestra, pasó y no debe volver a pasar, nunca más. Debemos verla como vemos El pianista, o cualquier otra de las miles que se han rodado sobre las injusticias de la guerra. El día que todos podamos ir al cine a emocionarnos con Las Trece Rosas, habremos avanzado mucho. Habrá menos "vencedores y vencidos", porque todos seremos vencedores, todos habremos vencido. Por fin.

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