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El racismo vende

El Partido Popular de Suiza (UDC-SVP) ha obtenido una espectacular victoria (un resultado sin precedentes) con una campaña basada en el racismo y la xenofobia. La imagen de las ovejitas blancas echando a patadas a una ovejita negra hubiera cumplido, sobradamente, el sueño de Hitler. El hombre, para hacer realidad su fantasía, tuvo que militarizar el país, uniformarse él mismo y convertir Alemania un paraíso étnico donde los ciudadanos no veían lo que ocurría delante de sus narices. Nadie vio a esos hombres portando llamativos brazaletes con la estrella de David. Nadie vio cómo sacaban por la fuerza a las familias de sus casas, ni cómo caminaban con sus maletas por las calles camino de los guetos. Nadie vio cómo eran apaleados, humillados, despedidos de sus trabajos. Finalmente, nadie se enteró del holocausto. Nadie se enteró de nada. Todo funcionó como un reloj perfecto.

Tal vez, a don Adolfo le hubiera gustado ahorrarse todo aquello, pero no le quedó más remedio que ser un poco drástico para conseguir sus objetivos.

Es probable que algunos de los han votado al Partido Popular Suizo no hayan visto el cartel, o no le den la menor importancia, pero el vicepresidente dice: "Hoy se ven los frutos de una campaña muy eficaz que ha calado muy hondo". Patear a los indefensos es algo eficaz. Cala hondo. Una vez que se prueba, engancha. ¿Cómo van a cumplir con las expectativas que han generado con esa propaganda? ¿Dónde terminan las patadas? ¿Son sólo para los negros? En Cataluña, en un tren, un joven se lía a patadas con una mujer que parecía inmigrante. Nadie hizo nada. Nadie vio nada. A lo mejor, como ocurrió entonces, algunos de los que no ven serán víctimas de las patadas y, entonces, entenderán que es demasiado tarde.

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